domingo, 22 de marzo de 2015
jueves, 5 de marzo de 2015
El Cielo ha de ser como las Lagunas de Semouc por Epaminondas Quintana
EL IMPARCIAL, 5 de marzo de 1957 (recopilado por José Samuel Mérida)
El cielo debe parecerse a las lagunas de Semouc. Cuando uno está sumergido en ellas, sólo quisiera no salir nunca de allí.
No es sólo el panorama alto, radioso, multicolor y sedante, es la caricia del agua, es su tibieza refrescante, es su densidad, es la dulzura de estar sumergido, de nadar, de juguetear, de abandonarse a aquella agua.
Agua que es de una transparencia de cristal líquido como son las aguas de las grutas los manantiales de montaña; pero esta de Semouc es de color vario. Por una media laguna es de azul inteno: el resto de verde claro; en otra tiene islotes rojizos, pardos o naranjados; la de más allá es de un verde diluido de agua marina o de esmeralda y este verde se acentúa en tramos amplios por el vaivén oscurecido y refulgente de una alga marina que juguetea voluptuosa en el fondo; y más allá refleja el blanco de una nube o el azul del cielo o el verde obscuro de los árboles de la orilla o de los desfiladeros cercanos.
Toda esta inerranable policromía acuática, se condiciona en amplísimas lagunetas anfóricas —como sería en miniatura la estructura de Los Chorros de Pinula— que sacan el pecho por encima del agua de abajo para ofrecer más arriba una copa más amplia, más abierta y más profunda. Profundidad que varía desde pulgadas hasta metros.
Cada laguneta está limitada por la orilla de roca y algunos bajos arbustos propios de la región; musgos, juncos, gramíneas, tules, etcétera.
Y resbala el agua en cascaditas sutiles —en hilos de perlas— de taza en taza en un graderío de kilómetro de longitud y de anchura variable.
Se dice que hay siete, pero hay más lagunetas y uno —en el escaso tiempo que puede estar porque el tiempo apremia— no las recorre todas.
En tres horas de andar absorbiendo tanta belleza no se llega a conocer todo. Muchas lagunas quedan sin explorar; la otra orilla nos es desconocida; no hubimos tiempo para ver “venir” el río Semouc porque de hecho estaba ya entre nuestros pies cuando llegamos por la margen occidental del cuadrilátero de maravilla.
Las lagunas de Semouc se dejan escrutar por la mirada hasta lo más recóndito de modo que el fondo sube y vive, al mismo tiempo que la superficie refleja sus bordes, las orillas de barranco, la superficie de los murallones que hacia arriba limitan el espacio y el cielo con sus accidentes... Todo esto —transparencia y reflejo— se mezclan suavemente dando un espectáculo de espejo, de cristal y de gema líquida incomparable.
Concentrándose sólo a los aspectos de las lagunas, no bastaría una mañana o una tarde para darse cuenta de ellos, que han de variar con el firmamento.
Y puede uno estarse dentro del agua por horas sin la más leve amenaza de frío (por más que a nosotros nos tocó un día francamente invernal) y seguramente en un día soleado la frescura del agua se más acariciante.
Así son las lagunas de Semouc. ¿Siete? ¿Veinte? No podríamos decir cuántas; pero sí bastantes para dejar satisfecho al más travieso y exigente de los nadadores.
Arriba de su entrada al túnel el Cahabón es —de puro furioso— innavegable e imposible de nadarse; pero más abajo —cuando ya se ha reunido con el Semouc, tiene una evergadura de río amplísimo; quizá ciento cincuenta metros. Todo él azul transparente también. Su agua sí e mucho más fría; pero tolerante para un nadador rápido. Se desenvuelve luego el Cahabón hacia el norte en amplias curvas sembradas de rocas emergentes de los más variados aspectos. Se mete entre el bosque y sugiere de inmediato la idea de navegarlo en cualquier cosa movible...
Pero los sueños se quedan allí porque hay que regresar y Lanquín está lejísimos; no tanto por el número de kilómetros cuanto por lo abrupto del camino y la lluvia que siempre amenaza.
El cielo debe parecerse a las lagunas de Semouc. Cuando uno está sumergido en ellas, sólo quisiera no salir nunca de allí.
No es sólo el panorama alto, radioso, multicolor y sedante, es la caricia del agua, es su tibieza refrescante, es su densidad, es la dulzura de estar sumergido, de nadar, de juguetear, de abandonarse a aquella agua.
Agua que es de una transparencia de cristal líquido como son las aguas de las grutas los manantiales de montaña; pero esta de Semouc es de color vario. Por una media laguna es de azul inteno: el resto de verde claro; en otra tiene islotes rojizos, pardos o naranjados; la de más allá es de un verde diluido de agua marina o de esmeralda y este verde se acentúa en tramos amplios por el vaivén oscurecido y refulgente de una alga marina que juguetea voluptuosa en el fondo; y más allá refleja el blanco de una nube o el azul del cielo o el verde obscuro de los árboles de la orilla o de los desfiladeros cercanos.
Toda esta inerranable policromía acuática, se condiciona en amplísimas lagunetas anfóricas —como sería en miniatura la estructura de Los Chorros de Pinula— que sacan el pecho por encima del agua de abajo para ofrecer más arriba una copa más amplia, más abierta y más profunda. Profundidad que varía desde pulgadas hasta metros.
Cada laguneta está limitada por la orilla de roca y algunos bajos arbustos propios de la región; musgos, juncos, gramíneas, tules, etcétera.
Y resbala el agua en cascaditas sutiles —en hilos de perlas— de taza en taza en un graderío de kilómetro de longitud y de anchura variable.
Se dice que hay siete, pero hay más lagunetas y uno —en el escaso tiempo que puede estar porque el tiempo apremia— no las recorre todas.
En tres horas de andar absorbiendo tanta belleza no se llega a conocer todo. Muchas lagunas quedan sin explorar; la otra orilla nos es desconocida; no hubimos tiempo para ver “venir” el río Semouc porque de hecho estaba ya entre nuestros pies cuando llegamos por la margen occidental del cuadrilátero de maravilla.
Las lagunas de Semouc se dejan escrutar por la mirada hasta lo más recóndito de modo que el fondo sube y vive, al mismo tiempo que la superficie refleja sus bordes, las orillas de barranco, la superficie de los murallones que hacia arriba limitan el espacio y el cielo con sus accidentes... Todo esto —transparencia y reflejo— se mezclan suavemente dando un espectáculo de espejo, de cristal y de gema líquida incomparable.
Concentrándose sólo a los aspectos de las lagunas, no bastaría una mañana o una tarde para darse cuenta de ellos, que han de variar con el firmamento.
Y puede uno estarse dentro del agua por horas sin la más leve amenaza de frío (por más que a nosotros nos tocó un día francamente invernal) y seguramente en un día soleado la frescura del agua se más acariciante.
Así son las lagunas de Semouc. ¿Siete? ¿Veinte? No podríamos decir cuántas; pero sí bastantes para dejar satisfecho al más travieso y exigente de los nadadores.
Arriba de su entrada al túnel el Cahabón es —de puro furioso— innavegable e imposible de nadarse; pero más abajo —cuando ya se ha reunido con el Semouc, tiene una evergadura de río amplísimo; quizá ciento cincuenta metros. Todo él azul transparente también. Su agua sí e mucho más fría; pero tolerante para un nadador rápido. Se desenvuelve luego el Cahabón hacia el norte en amplias curvas sembradas de rocas emergentes de los más variados aspectos. Se mete entre el bosque y sugiere de inmediato la idea de navegarlo en cualquier cosa movible...
Pero los sueños se quedan allí porque hay que regresar y Lanquín está lejísimos; no tanto por el número de kilómetros cuanto por lo abrupto del camino y la lluvia que siempre amenaza.
miércoles, 4 de marzo de 2015
Guatemaltecos: ¿Saben que es Semouc Champey? Pues es la maravilla de las maravillas por Epaminondas Quintana
— JoseSamuel Merida (@profJSMerida) 4 de marzo de 2019EL IMPARCIAL, 4 de marzo de 1957 (recopilado por José Samuel Mérida)
Muy pocos guatemaltecos saben qué es Semouc Champey.
Todavía más: pocos verapacenses lo conocen y también pocos cobaneros. Realmente no hay palabras para describir con aproximación el espectáculo que: farallones, ríos, lagunas, cascadas, colores, frescura, tibieza, horror, dulzura, espanto, ensalmo, estremecimiento y saudade; estruendo y apacibilidad; cataclismo y quietud celestial, forman en menos de un kilómetro cuadrado al unirse los ríos Cahabon y Semouc al sureste del municipio de Lanquín en el departamento de Alta Verapaz.
No diremos que hemos descubierto, ni que estamos revelando algo sensacional puen un inglés tomó 18 rollos de películas de los cuales uno tiene el presidente Castillo Armas —pero sí estamos vulgarizando algo no sensacionalismo: una atracción turística UNICA y de la categoría excelsa del Gran Cañón del Colorado, las Cataratas del Niágara o las de Yosemite.
Y debe atraer —con justicia y recompensa por la fatiga— tantos turistas como aquellas tres maravillas absorben: millones por año.
Cuando decimos que es algo único, que no tiene nada parecido en el mundo estamos segurios de así es y el lector —si avanza en esta descripción, lo comprenderá fácilmente.
Lo decimos dolidos que haya algo mejor que el Lago de Atitlán y asombrados de que también lo haya mejor que Golfo Dulce... pero así es... Semouc Champey es mejor (dada su unicidad) que la maravilla de Panajachel y del Golfete del Polochic, pues lagos magníficos hay por centenares en el mundo y ríos compaables al desagüe del Izabal, también por docenas.
En cambio dos ríos que se combinan como en Semouc no los puede haber, ni en la inexplorada África, ni en la inescrutada selva Amazónica, ni en parte alguna del mundo.
¿Qué es pues, ese espectáculo maravilloso?
1. Es un kilómetro cuadrado de terreno desigual pero no muy inclinado y perfectamente recorrible a pie enjuto por las orillas, se juntan dos rios y hacen una serie de fenómenos espectáculares y grandiosos, sublimes y cataclísmicos.
2. El río Cahabón —ya enorme como es el Polochic a la altura de La Tinta— y como él verde azuloso transparente, desemboca desbocado por el extremo sur del cuadrilátero, entre dos estrechos farallones inmensos; viene bramando dentro de un callejón; al desembocar en el claro amplio se topa con una roca —un relieve abrupto de la sola roca que es todo el terreno— que intenta detenerlo; se le encarama encima desmelenado como aquel león que imaginó Chocano al referirse al Niágara...
“Y finge ante la atónica mirada—la flotante, melena enmarañada—de un león enjaulado en el abismo”.
A pocos metros —menos de cien— ese torrente furioso es “engullido” por una boca o cueva abierta en el suelo; el río entra allí en embudo y malestrum y ese maravilloso espectáculo es posible verlo desde cerca, oírlo y gozarlo, asentada la barbilla del espectador en el borde mismo de la vorágine de espuma y junto al bramido titánico del río...
3. Un escaso kilómetro más abajo surge el mismo río en borbotón como el famoso de San Juan en Aguacatán, Huehuetenango.
4. En el puente de un kilómetro que cubre ese trayecto subteráneo se arrellana plácido y tranquilo —sin ruido, pero ocupándolo todo el rio Semouc que viene de la montaña que cierra el cuadro nor oriente. Viene de la montaña y al llegar allí —precismente donde el Cahabón se sumerge— se curva en ángulo recto y avanza hacia el norte superpuesto al subterráneo; pero aparente y magnífico.
5. En efecto el Semouc recorre el kilómetro cuadrado haciendo una serie de laguneta y cascaditas, que deslizan casi sin ruido en una quietud, tibieza, color y mansedumbre verdaderamente celestiales. Las lagunas del Semouc merecen una descripción aparte.
6. Todo el contenido de las lagunas se reúne al extremo norte y se precipita en corta cascada exactamente sobre los borbollones de salida del río Cahabón.
7. El kilómetro cuadrado que contiene esta maravillosa mezcla de vorágine y cielo, está enmarcado por farallones de centenares de metros de altura en parte desnudos mostrando roca viva —en parte cubiertos de feraz vegetación y árboles milenarios; y por encima el cielo que remata y completa el espectáculo.
Sumadas todas estas cosas, producen un foco de belleza inigualable, EN NADA PARECIDO a otras bellezas naturales. Y falta todavía darse cuenta de como son las lagunas de Semouc. Lo que veremos mañana.
lunes, 2 de marzo de 2015
Breve Historia del Hallazgo de Semouc por Epaminondas Quintana
EL IMPARCIAL, 2 de marzo de 1957 (recopilado por José Samuel Mérida)
Conviene hacer algo de historia sobre esta maravilla de Semouc. No descartamos que haya conocedores e informaciones escritas antes de agosto de 1955, punto de arranque de nuestra historia.
Hasta puede haber publicaciones extranjeras y legajos archivados; pero es el caso que los lanquineños —y ellos deberían saber mejor que ninguno— señalan el año antepasado —agosto, como iniciación de la historia cuando llegó a su conocimiento oficial la existencia de una combinación de ríos y cascadas en su provincia.
Parece ser que el diligente secretario de Lanquín —señor Reyes— uno de los más esforzados propagandistas de las bellezas regionales, hubo de ir a levantar un cadáver por allí y entonces se dió cuenta de la cosa.
De vuelta a Lanquín entusiasmó con su relato a los señores Arnoldo González, al profesor Catalán, al profesor Rosendo Barrientos, al padre de este último y al alcalde de Lanquin, y ellos formaron por decir así, la primera fila de descubridores.
Advertido entonces el gobernador de Alta Verapaz, el coronel Manuel G. Samayoa, en septiembre se organizó una excursión de altas personalidades de la cabecera y se consagró oficialmente el punto como foco turístico.
Una amplia galera de hoja de caña fue levantada en las márgenes del Cahabón a corta distancia de la cascada inferior o reunión de los ríos.
Avisado por el gobernador el entonces director de turismo don Carlos Simons, fue allá y a él se debe esta atrevida frase que nos hizo ir: “es la atracción turística número 1 del país”.
(Picados en nuestro amor propio de sololaenses, fuimos incrédulos y curiosos hasta llegarnos a convencer de que Simons acertó).
Parece que Simons invitó a cierto fotógrafo inglés que estuvo filmando películas a color de largo metraje hasta por la enorme cantidad de 19 rollos.
Uno de ellos fue enviado de Inglaterra al gobernador de Cobán —coronel Samayoa— quien a su vez lo manó a Socioeducativo rural (con ocasión en que Alfred Barret fue allá empujado por mí para conocer Semouc); y Socioeducativo rural pasó la película a la presidencia de la república. Nosotros no conocemos la película y no sabemos si refleja bien la belleza original. Nos han dicho que es maravillosa.
De entonces para acá se han organizado no menos de 30 excursiones a Semouc para personajes capitalinos, cobaneros o lanquineños, entre ellos con gran atuendo y entusiasmo la familia Quirín —industriales de la región— que han cooperado bastante en facilitar el acceso y mantener el entusiasmo. También los trabajadores del campamento de caminos de Cobán, han prestado valiosa ayuda.
Todo el personal del Instituto mixto del norte hizo una excursión en octubre.
Su director, el profesor Juan Francisco Quintana, ha tomado un empeño incesante por revelar Semouc al mundo.
De él nos vinieron las primeras noticias a mediados de 1956 y por tal conocimiento incluimos Semouc y Lanquín como itinerario del viaje para Alfred Barret —el inolvidable agregado cultural de la embajada estadounidense en tiempos de Arévalo— que debería viajar precisamente por puntos que no conociera de previo y estábamos seguros de que Semouc le era desconocido.
Ahora lo conoce... pero en cinematógrafo.
Porque no pudo pasar de las cuevas de Lanquín en aquel entonces.
Pero irá —estamos seguros— en helicóptero.
Conviene hacer algo de historia sobre esta maravilla de Semouc. No descartamos que haya conocedores e informaciones escritas antes de agosto de 1955, punto de arranque de nuestra historia.
Hasta puede haber publicaciones extranjeras y legajos archivados; pero es el caso que los lanquineños —y ellos deberían saber mejor que ninguno— señalan el año antepasado —agosto, como iniciación de la historia cuando llegó a su conocimiento oficial la existencia de una combinación de ríos y cascadas en su provincia.
Parece ser que el diligente secretario de Lanquín —señor Reyes— uno de los más esforzados propagandistas de las bellezas regionales, hubo de ir a levantar un cadáver por allí y entonces se dió cuenta de la cosa.
De vuelta a Lanquín entusiasmó con su relato a los señores Arnoldo González, al profesor Catalán, al profesor Rosendo Barrientos, al padre de este último y al alcalde de Lanquin, y ellos formaron por decir así, la primera fila de descubridores.
Advertido entonces el gobernador de Alta Verapaz, el coronel Manuel G. Samayoa, en septiembre se organizó una excursión de altas personalidades de la cabecera y se consagró oficialmente el punto como foco turístico.
Una amplia galera de hoja de caña fue levantada en las márgenes del Cahabón a corta distancia de la cascada inferior o reunión de los ríos.
Avisado por el gobernador el entonces director de turismo don Carlos Simons, fue allá y a él se debe esta atrevida frase que nos hizo ir: “es la atracción turística número 1 del país”.
(Picados en nuestro amor propio de sololaenses, fuimos incrédulos y curiosos hasta llegarnos a convencer de que Simons acertó).
Parece que Simons invitó a cierto fotógrafo inglés que estuvo filmando películas a color de largo metraje hasta por la enorme cantidad de 19 rollos.
Uno de ellos fue enviado de Inglaterra al gobernador de Cobán —coronel Samayoa— quien a su vez lo manó a Socioeducativo rural (con ocasión en que Alfred Barret fue allá empujado por mí para conocer Semouc); y Socioeducativo rural pasó la película a la presidencia de la república. Nosotros no conocemos la película y no sabemos si refleja bien la belleza original. Nos han dicho que es maravillosa.
De entonces para acá se han organizado no menos de 30 excursiones a Semouc para personajes capitalinos, cobaneros o lanquineños, entre ellos con gran atuendo y entusiasmo la familia Quirín —industriales de la región— que han cooperado bastante en facilitar el acceso y mantener el entusiasmo. También los trabajadores del campamento de caminos de Cobán, han prestado valiosa ayuda.
Todo el personal del Instituto mixto del norte hizo una excursión en octubre.
Su director, el profesor Juan Francisco Quintana, ha tomado un empeño incesante por revelar Semouc al mundo.
De él nos vinieron las primeras noticias a mediados de 1956 y por tal conocimiento incluimos Semouc y Lanquín como itinerario del viaje para Alfred Barret —el inolvidable agregado cultural de la embajada estadounidense en tiempos de Arévalo— que debería viajar precisamente por puntos que no conociera de previo y estábamos seguros de que Semouc le era desconocido.
Ahora lo conoce... pero en cinematógrafo.
Porque no pudo pasar de las cuevas de Lanquín en aquel entonces.
Pero irá —estamos seguros— en helicóptero.
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