domingo, 13 de octubre de 2024

De Pentecostés a los Nazarenos, un fuego que no se apaga

Hace casi dos mil años un viento recio sopló en Jerusalén. Lenguas de fuego descendieron sobre un pequeño grupo de creyentes reunidos en oración y en ese instante nació la Iglesia. Aquel Pentecostés marcó el inicio de un movimiento impulsado por el Espíritu Santo, una comunidad caracterizada por la santidad, la unidad y el poder transformador de Dios.

Lo que pocos saben es que ese mismo fuego, esa pasión por la vida santa y la plenitud del Espíritu, trazó un camino histórico que siglos más tarde desembocó en la fundación de la Iglesia del Nazareno en 1908. Aunque el recorrido fue largo, sorprende descubrir que puede resumirse en cuatro figuras clave. Cuatro nombres que encarnaron y transmitieron el legado de Pentecostés de generación en generación.

1. Pentecostés (Hechos 2)

Aquí comienza todo. No nació una denominación, sino una visión. Una Iglesia empoderada por el Espíritu, consagrada a Dios y viva en misión. La santificación, la vida comunitaria y la predicación apasionada hunden sus raíces en este acontecimiento fundacional.

2. Juan Wesley (1703–1791)

Casi mil setecientos años después, un inquieto anglicano en Inglaterra redescubrió aquella llama apostólica. Wesley no quiso crear una nueva iglesia, sino renovar la existente desde dentro. Su énfasis en la entera santificación, el amor perfecto y la vida disciplinada en comunidad dio origen al metodismo. Para él, la obra del Espíritu no terminaba en la conversión, sino que continuaba hasta transformar al creyente en una imagen viva de Cristo.

3. Phoebe Palmer (1807–1874)

Una ama de casa neoyorquina con un corazón ardiente llevó la visión de Wesley a nuevas alturas. Con su conocida “teología del altar” enseñó que la entera santificación podía recibirse por fe de manera inmediata. Sus reuniones de los martes influyeron en pastores y líderes que más tarde formarían el núcleo del Movimiento de Santidad en Estados Unidos. Sin títulos académicos, pero con una autoridad espiritual imponente, Phoebe se convirtió en la madre espiritual de un avivamiento.

4. Phineas F. Bresee (1838–1915)

Este pastor metodista, con un profundo amor por los pobres de Los Ángeles, dio forma a lo que hoy conocemos como la Iglesia del Nazareno. Su visión fue la de una iglesia para el pueblo común, llena del Espíritu, centrada en la santidad práctica y comprometida con la misión global. En 1908, junto con otras ramas del Movimiento de Santidad, Bresee consolidó una nueva denominación que llevó la llama de Pentecostés al siglo XX y más allá.

¿Y qué ocurre con otros gigantes?

En esta breve cronología no aparecen nombres que marcaron profundamente la historia cristiana, como Martín Lutero, Agustín de Hipona, Calvino o místicos como Bernardo de Claraval. La razón es sencilla. Aunque fueron colosos teológicos, sus aportes no se relacionaron directamente con la doctrina de la entera santificación, que constituye la columna vertebral de la tradición wesleyana y de la Iglesia del Nazareno. Lutero, por ejemplo, proclamó la justificación por la fe, pero también enseñó que el creyente permanece siempre pecador. Wesley, en cambio, afirmó que el amor de Dios podía limpiar el corazón aquí y ahora.

Un legado vivo

Desde el fuego de Pentecostés hasta las capillas nazarenas de hoy fluye una corriente de fidelidad, renovación y poder espiritual. No se trata de una línea institucional, sino de una herencia del corazón. Hombres y mujeres de distintas épocas respondieron con un “sí” al llamado divino a una vida santa, llena del Espíritu y entregada al mundo.

Ese fuego sigue encendido.

sábado, 5 de octubre de 2024

Hermanos de Tierra y Sangre: Una Parábola de Paz y Conflicto

Para para Tierra Santa

por JOSE SAMUEL MÉRIDA

Había dos hermanos que heredaron un pequeño pero valioso pedazo de tierra de su padre. Aunque compartían la misma sangre, cada hermano veía la tierra como legítimamente suya, ya que cada uno había trabajado diferentes partes de ella a lo largo de los años. El hermano mayor había construido una casa y cultivado el suelo en la porción más grande, mientras que el hermano menor había cuidado de una parcela más pequeña, pero no menos significativa. Ambos creían que su herencia era sagrada, pues su padre había trabajado la tierra con sus propias manos, y se decía que sus antepasados lo habían hecho durante generaciones.

Con el tiempo, surgieron disputas. El hermano mayor, más fuerte y con más recursos, afirmaba que necesitaba toda la tierra para garantizar la seguridad de su creciente familia. Comenzó a construir muros y cercas, empujando al hermano menor hacia los márgenes de la propiedad. El hermano menor, aunque en menor número, no abandonaría la tierra, pues era su derecho de nacimiento, un regalo de su padre. Intentó resistir el avance, usando los medios a su alcance para aferrarse a lo que quedaba de su herencia.

El conflicto se intensificó. Lo que comenzó como una disputa sobre límites pronto se volvió violento. El hermano mayor, temeroso por la seguridad de su familia, atacó con fuerza, devastando la casa y los cultivos de su hermano menor. Este, a su vez, respondió lanzando piedras y flechas encendidas, hiriendo no solo a los trabajadores de su hermano, sino a veces incluso a miembros inocentes de su familia.

A medida que el conflicto aumentaba, la propia tierra comenzó a sufrir. El suelo fértil que había sustentado a ambos hermanos quedó marcado por la violencia. Las casas fueron destruidas, los niños lloraban de hambre y miedo, y ambos hermanos, ahora dominados por la rabia y el dolor, ya no recordaban los días en que habían trabajado la tierra juntos, en paz.

A los líderes de Israel: Ustedes son el hermano mayor en esta parábola. Son más fuertes, con más recursos y una poderosa historia de supervivencia. Su pueblo ha soportado sufrimientos indescriptibles, y su deseo de seguridad no solo es comprensible, sino esencial. Buscan proteger a su familia y asegurar su futuro en una tierra que creen legítimamente suya.

Pero en su búsqueda de seguridad, ¿han olvidado la humanidad de su hermano menor? ¿No ven que al construir muros más altos y empujarlo hacia los márgenes, han creado un ciclo de miedo y resentimiento que nunca conducirá a la paz? Su fuerza les otorga poder, pero también les impone una responsabilidad. ¿Han usado su poder para sanar, o han profundizado las heridas que los separan?

Aún hay tiempo para dar marcha atrás. El futuro de su pueblo no se asegurará solo con la fuerza. La verdadera seguridad llega cuando su vecino también se siente seguro. No dejen que la sombra de los traumas del pasado justifique el sufrimiento continuo de quienes viven junto a ustedes. Existe otro camino, uno que busca el diálogo y la dignidad para todos los que comparten esta tierra.

A los líderes de Palestina: Ustedes son el hermano menor, cuya tierra ha sido tomada pedazo a pedazo. Su pueblo también ha sufrido profundamente, y su deseo de justicia es legítimo. Están luchando por proteger su derecho de nacimiento, para recuperar lo que creen que ha sido arrebatado injustamente. Su causa está arraigada en una historia de dolor y desplazamiento, y su gente clama por libertad.

Pero en su lucha, ¿también han perdido de vista la paz? ¿Ven que al lanzar ataques, por muy justificados que se sientan, ponen en riesgo las vidas de personas inocentes, tanto de su propio pueblo como del de su hermano? Su causa es justa, pero los métodos de represalia, especialmente cuando dañan a civiles, los alejan de la paz que buscan.

Resistir la opresión es una causa noble, pero no debe conducir a la destrucción de quienes algún día podrían ser sus socios en la paz. La verdadera justicia no se encuentra a través de la violencia, sino a través de una visión que pueda abrazar tanto el pasado como un futuro compartido. Ustedes también tienen el poder de cambiar este ciclo, pero requerirá un nuevo camino—uno que busque justicia a través de la reconciliación, no la venganza.

A ambos, Israel y Palestina: Alguna vez fueron hermanos, compartiendo la misma tierra. Ahora, la tierra que debía sostener a ambos se ha convertido en un campo de batalla. El suelo está empapado con las lágrimas de su gente, y los muros que construyen entre ustedes solo profundizan la división.

¿Qué quedará cuando el polvo se asiente? ¿Ganará realmente alguno de ustedes si la tierra misma es destruida en su lucha? Si la próxima generación crece solo con historias de guerra y odio, ¿heredarán un futuro de esperanza, o uno de derramamiento de sangre interminable?

Hay otro camino. Requiere que ambos recuerden la humanidad que hay en el otro, que vean más allá de las cicatrices del pasado y se imaginen un futuro en el que no necesiten vivir en constante temor. Tomará coraje—más coraje que la guerra—tender la mano y ofrecer la paz.

El mundo los observa, pero más importante, sus hijos los observan. ¿Qué les dejarán? ¿Muros y escombros, o una tierra donde ambos hermanos puedan vivir lado a lado, libres y seguros, compartiendo la herencia de su padre? La elección es de ustedes.