por JOSÉ SAMUEL MÉRIDA,
Primera Iglesia del Nazareno, 2024 Guatemala.
Uno de los conceptos más profundos, pero también desafiantes, de la tradición wesleyana es el de la "perfección cristiana". Este término puede hacernos sentir incómodos. Después de todo, ¿quién se siente cómodo hablando de perfección? La idea de un "cristiano perfecto" parece inalcanzable, o incluso arrogante. Nos preguntamos: ¿qué significa realmente ser perfecto, y es posible experimentarlo en esta vida?
Antes de descartar esta idea por completo, te invito a considerarla desde otra perspectiva. En lugar de centrarnos en la palabra "perfección", pensemos en lo que realmente está en el centro de este concepto: el amor transformador de Dios. Este amor es el corazón de lo que realmente significa la "entera santificación".
¿Qué es la Entera Santificación?
La entera santificación es el proceso por el cual somos transformados por el amor de Dios a través del Espíritu Santo. No se trata de un logro que conseguimos por nuestros propios esfuerzos, ni implica que nunca cometeremos errores o experimentaremos debilidades humanas. Más bien, se refiere a un cambio profundo e interno, donde el amor de Dios se convierte en la fuerza central de nuestras vidas. Este amor transforma nuestra forma de pensar, actuar y relacionarnos con los demás.
En términos simples, podríamos decir que la entera santificación es permitir que el amor de Dios tome el control total de nuestras vidas, moldeándonos cada día más a la semejanza de Cristo. Es un proceso dinámico y continuo, nunca estático. Se asemeja a una llama encendida en el corazón del creyente, que purifica, ilumina y guía, siempre avanzando hacia un amor más perfecto.
El Dilema del "Cristiano Perfecto"
Juan Wesley hablaba a menudo de la "perfección cristiana". Sin embargo, él nunca sugirió que esta perfección significara la ausencia de errores o tentaciones. En su lugar, se refería a la perfección en el amor: un corazón tan lleno del amor de Dios que no hay espacio para el pecado intencional. Aunque esta perspectiva se basa en la Biblia, ha sido malentendida a lo largo de los años, llevándonos a pensar que debemos ser impecables.
Por eso, prefiero hablar del amor transformador. Esta idea es mucho más accesible y refleja mejor lo que Dios realmente desea hacer en nuestras vidas: Él no nos pide ser "perfectos" en el sentido humano, sino que nos invita a vivir de manera auténtica, permitiendo que Su amor transforme cada parte de nuestras vidas. El apóstol Juan lo expresa maravillosamente cuando dice: "En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor" (1 Juan 4:18). Este es el tipo de perfección al que Dios nos llama: una vida dominada por el amor, no por el miedo o la culpa.
¿Cómo Ocurre Esta Transformación?
La clave para esta transformación no reside en nuestra propia fuerza, sino en la obra del Espíritu Santo. Desde el momento en que somos regenerados (es decir, cuando llegamos a la fe en Cristo), el Espíritu comienza una obra de renovación en nosotros. A lo largo de nuestro caminar cristiano, se nos invita a rendirnos más profundamente a este proceso, permitiendo que el Espíritu limpie nuestros corazones de egoísmo, orgullo y cualquier cosa que obstaculice el amor de Dios.
El apóstol Pablo lo expresa así: "Todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplamos como en un espejo la gloria del Señor, y somos transformados a su semejanza con más y más gloria" (2 Corintios 3:18). Es un proceso continuo, una obra de gracia que prosigue hasta que seamos completamente conformados a la imagen de Cristo, lo cual se completará en nuestra glorificación.
Implicaciones Prácticas
Hablar del "amor transformador" no es solo un ideal abstracto. Tiene implicaciones reales y prácticas en nuestra forma de vivir. Primero, nos libera de la presión de ser perfectos ante nuestros propios ojos o ante los de los demás. El enfoque no está en la perfección moral, sino en cuánto permitimos que el amor de Dios fluya a través de nosotros. En segundo lugar, este amor no permanece oculto en nuestros corazones; se expresa en nuestras relaciones, en cómo tratamos a los demás y en cómo servimos. Como dijo Pablo: "El amor no hace mal al prójimo; por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley" (Romanos 13:10).
Además, este proceso nos invita a vivir en comunidad. Nadie experimenta la santificación en aislamiento. La iglesia es el lugar donde aprendemos—muchas veces de manera dolorosa—cómo amar y ser amados, cómo perdonar y ser perdonados, cómo servir y ser servidos. La vida cristiana, por su propia naturaleza, es relacional.
Un Camino de Esperanza
Quizás el aspecto más hermoso de esta doctrina es que está llena de esperanza. No importa qué tan lejos nos sintamos de reflejar plenamente el amor de Dios, podemos confiar en que el Espíritu sigue obrando en nosotros. A veces avanzamos, a veces caemos, pero siempre podemos confiar en que Dios nos está transformando continuamente. La entera santificación no es un destino final; es un viaje de toda la vida, un camino donde somos moldeados cada vez más por el perfecto amor de Dios.
Así que, la próxima vez que te sientas desanimado por tus imperfecciones o fallas, recuerda que lo que Dios busca en ti no es un desempeño moral inmejorable, sino un corazón dispuesto a ser transformado por Su amor. Cristo nos llama a vivir en este amor transformador, un amor que lo cambia todo desde adentro hacia afuera. Y es precisamente este amor el que tiene el poder de santificarnos por completo.
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