viernes, 7 de junio de 2024

Epístola de la Conectividad: Carta a los Creyentes en la Era Digital

por JOSÉ SAMUEL MÉRIDA

1 Os escribo a vosotros, amados míos, con un corazón lleno de amor y un ferviente deseo por vuestra firmeza en la fe, sabiendo las múltiples tentaciones y desafíos que os acosan en esta presente era. 2 Pues he aquí, habitamos en un tiempo como ningún otro, en el cual los límites de nuestra habitación se han extendido sin medida, y nuestras comunicaciones llegan hasta los confines de la tierra por medio de maravillosos dispositivos y redes invisibles.

3 No obstante, en esta época de conectividad sin precedentes, recordemos y mantengámonos firmes en la verdad de la omnipresencia de Dios. Porque está escrito: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?" (Salmo 139:7). 4 Sí, aunque naveguemos los reinos digitales, el Señor nuestro Dios está siempre con nosotros, y Su Espíritu permea todos los espacios, tanto visibles como invisibles.

5 ¿No sabéis que el Señor está cerca de todos los que le invocan de veras, sin importar el medio a través del cual nuestras voces se elevan hacia Él? 6 Porque nuestro Dios, quien es el mismo ayer, hoy y por los siglos, no está limitado por las restricciones del tiempo y el espacio, ni por las herramientas de la invención humana. 7 Como está escrito: "Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos" (Proverbios 15:3).

8 En este sentido, amados míos, seamos siempre conscientes de nuestra conducta en la esfera digital. 9 Pues aunque interactuemos unos con otros a través de pantallas y señales, estamos sujetos a los mismos mandamientos de amor y justicia que en nuestras interacciones cara a cara. 10 Ninguna palabra corrompida salga de vuestros dispositivos, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes (Efesios 4:29).

11 Además, considerad cómo esta vasta conectividad nos brinda la oportunidad de extender la comunión de los santos y la proclamación del Evangelio a todas las naciones. 12 Porque ahora, más que nunca, la Palabra del Señor puede correr velozmente y ser glorificada (2 Tesalonicenses 3:1), alcanzando corazones y mentes a través de grandes distancias. 13 Por tanto, seamos diligentes en utilizar estos medios para el avance del reino de Dios, compartiendo Su amor y verdad con un mundo en desesperada necesidad.

14 Amados, en medio de esta era digital, no dejemos de congregarnos, como algunos tienen por costumbre (Hebreos 10:25). 15 Ya sea reunidos en santuarios físicos o a través de asambleas virtuales, apreciemos los lazos de comunión y la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:3). 16 Porque nuestro Dios es un Dios relacional, deseando comunión con Su creación, y nosotros, hechos a Su imagen, somos llamados a relaciones significativas los unos con los otros.

17 Por lo tanto, esforcémonos por fomentar conexiones que reflejen el amor y la gracia de nuestro Señor Jesucristo. 18 Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo (Gálatas 6:2), aun cuando os comuniquéis por medios digitales. 19 Estemos presentes en nuestras interacciones, escuchando con compasión y hablando con amabilidad, para edificarnos unos a otros en la santísima fe.

20 Y ahora, hermanos queridos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de Su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados (Hechos 20:32). 21 Que el Señor dirija vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo (2 Tesalonicenses 3:5), mientras navegáis las complejidades de este mundo interconectado. 

22 La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén.

miércoles, 5 de junio de 2024

Revelación Progresiva: La Transformación de Dios en las Escrituras

La representación de Dios en la Biblia evoluciona significativamente con el tiempo, reflejando los contextos cambiantes y las percepciones teológicas de sus autores humanos. Este ensayo dibuja el desarrollo del entendimiento bíblico de Dios desde los primeros períodos patriarcales y mosaicos hasta el Nuevo Testamento, resaltando los cambios clave que parten de un Dios de castigo y violencia hasta un Dios de amor y misericordia.

Período Patriarcal y Mosaico Temprano (aprox. 2000–1400 a.C.)

En las narrativas bíblicas más tempranas, Dios es principalmente descrito como un juez castigador y ejecutor de la voluntad divina, a menudo a través de actos de violencia. Este período incluye historias como el relato del Diluvio en Génesis, donde Dios decide purificar la tierra de su corrupción mediante un diluvio cataclísmico: "Y dijo Dios a Noé: 'He decidido acabar con todos los seres humanos, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos. ¡Voy a destruirlos junto con la tierra!'" (Génesis 6:13). La comprensión de Dios durante este tiempo está influenciada por la necesidad de mantener el orden en un mundo de nómadas lleno de caos moral. Las acciones divinas reflejan un Dios profundamente preocupado por la justicia y la erradicación del mal.

La representación de Dios como un juez castigador en las primeras historias bíblicas refleja la necesidad humana de orden moral en un mundo caótico. En contraste, Jesús encarna una comprensión radicalmente diferente de lo divino, enfatizando el amor, la compasión y el perdón sobre la retribución y la violencia.

Período de la Conquista (aprox. 1400–1100 a.C.)

A medida que los israelitas entran y se establecen en Canaán, la representación de Dios cambia a un guerrero divino que asegura la pureza y seguridad de Su pueblo mediante órdenes de exterminación. Este período se caracteriza por la narrativa de la conquista de Jericó, donde Dios ordena a los israelitas destruir a todos los habitantes de la ciudad: "Y todo lo que había en la ciudad lo dedicaron al Señor para destrucción; tanto hombres como mujeres, jóvenes y viejos, aun los bueyes, las ovejas y los asnos, a filo de espada" (Josué 6:21). Esta representación de Dios como un guerrero está arraigada en el contexto socio-político de establecer una identidad nacional distintiva en medio de vecinos hostiles. Los actos de violencia divina sirven para proteger y consolidar la incipiente comunidad israelita.

El libro de Josué ilustra esto con la conquista de Jericó (Josué 6:21), donde el mandato de Dios para la destrucción de la ciudad subraya Su papel como guerrero divino. Esta representación sirvió para legitimar la conquista y supervivencia de los israelitas en un entorno hostil. Sin embargo, esta imagen militar de Dios contrasta fuertemente con el mensaje de paz y amor de Jesús, resaltando una transformación significativa en la comprensión de la naturaleza de Dios.

Período Monárquico (aprox. 1000–586 a.C.)

Durante el período monárquico, aunque persiste la imagen de Dios como guerrero, hay un énfasis creciente en la fidelidad al pacto. El establecimiento de la monarquía davídica introduce nuevas dimensiones teológicas, especialmente las promesas perdurables de Dios a David y sus descendientes: "Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino... y afirmaré para siempre el trono de su reino... Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente" (2 Samuel 7:12-16). Este período destaca la lealtad de Dios y su compromiso con Su pacto, sugiriendo un aspecto más relacional del carácter de Dios, entrelazado con temas de justicia y realeza.

En este contexto, Dios es representado como un rey soberano y legislador, apoyando la estructura política y enfatizando la fidelidad al pacto y la justicia. El pacto de Dios con David (2 Samuel 7:12-16) destaca el reinado y una dinastía eterna, alineando el apoyo divino con la monarquía. Mientras que Jesús también es representado como rey, Su reinado es espiritual y universal, centrándose en el servicio y la humildad en lugar del poder político. La necesidad de estabilidad política y legitimidad durante la monarquía llevó a representaciones de Dios que enfatizaban el apoyo divino al rey y la unidad nacional.

Período Profético (aprox. 800–400 a.C.)

La literatura profética marca un cambio significativo hacia un entendimiento más compasivo y pacificador de Dios. Profetas como Oseas e Isaías enfatizan el amor de Dios y su deseo de justicia social. Oseas, por ejemplo, retrata a Dios con profunda compasión: "Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo... Yo con todo eso enseñaba a andar al mismo Efraín, tomándole de los brazos... con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor..." (Oseas 11:1-4). Este cambio es influenciado por las crisis socio-políticas de la época, incluyendo el declive moral y las amenazas externas, que llevaron a los profetas a llamar al arrepentimiento y al retorno a una relación justa y compasiva con Dios. Los mensajes proféticos a menudo yuxtaponen el castigo divino con una profunda esperanza de restauración y paz.

En este tiempo, la representación de Dios cambió para enfatizar la compasión y la justicia. Profetas como Isaías y Oseas retrataron a Dios como deseoso de justicia social y comportamiento ético, llamando a la compasión y la misericordia. Por ejemplo, el llamado de Isaías a la justicia: "Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda" (Isaías 1:17) y la representación del amor de Dios por Oseas (Oseas 11:1-4) reflejan a un Dios profundamente preocupado por el estado moral de Su pueblo. Este énfasis en la compasión y la justicia se alinea estrechamente con las enseñanzas de Jesús sobre el amor, la misericordia y la justicia, indicando un cambio significativo en la comprensión de la naturaleza de Dios para abordar directamente los problemas sociales.

Período Exílico y Post-Exílico (aprox. 586–400 a.C.)

El Exilio Babilónico y el subsiguiente retorno a Jerusalén afectan profundamente la perspectiva teológica, enfatizando la misericordia de Dios y su deseo de arrepentimiento y vida. La experiencia del exilio lleva a reflexionar sobre la justicia y misericordia divinas, como se ve en la declaración de Ezequiel: "Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?" (Ezequiel 33:11). El período post-exílico continúa centrándose en temas de restauración y nuevos comienzos, destacando a un Dios dispuesto a perdonar y restaurar a Su pueblo a pesar de sus fallas.

Durante este tiempo, la representación de Dios enfatizaba la misericordia y el perdón, deseando el arrepentimiento y la renovación. Los mensajes de los profetas sobre un nuevo pacto: "Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón... y nunca más se dirá: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande" (Jeremías 31:33-34) y llamados al arrepentimiento: "Tan cierto como que yo vivo —afirma el Señor omnipotente—, no me agrada ver morir a nadie. ¡Arrepiéntanse y vivirán!" (Ezequiel 33:11) subrayan esta representación. Este énfasis en la misericordia y la posibilidad de renovación resonaba profundamente con las experiencias traumáticas del exilio y la esperanza de restauración. Los temas de misericordia, perdón y un nuevo pacto resuenan con el mensaje de Jesús, quien enfatizó estos aspectos de la naturaleza de Dios en Sus enseñanzas.

Período del Nuevo Testamento (aprox. 4 a.C.–100 d.C.)

El Nuevo Testamento representa la culminación del entendimiento bíblico de Dios, enfatizando la naturaleza de Dios como fundamentalmente amorosa y redentora. Este período está marcado por la vida y enseñanzas de Jesucristo, quien revela el amor y la inclusividad de Dios de maneras sin precedentes. El Evangelio de Juan encapsula este cambio: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:16-17). La representación del Dios del Nuevo Testamento se centra en el amor, el perdón y la reconciliación, como se ejemplifica en las enseñanzas y muerte sacrificial de Jesús.

El Nuevo Testamento revela una comprensión más plena y profunda de Dios como amor, caracterizado por la gracia, la misericordia y el amor sacrificial. La vida y enseñanzas de Jesucristo proporcionaron una representación más completa e inclusiva de Dios. Pasajes como: "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14) y "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16-17) presentan el amor de Dios y su propósito redentor a través de Jesús, enfatizando a un Dios que está profundamente involucrado en el mundo, ofreciendo salvación y reconciliación a toda la humanidad. Esta representación contrasta con las imágenes anteriores de Dios como guerrero o rey soberano, centrándose en cambio en un mensaje de amor y redención universal.

Conclusión

El contexto social de cada período influenció significativamente cómo los escritores bíblicos retrataron a Dios. Estas representaciones a menudo reflejaban las necesidades inmediatas y las circunstancias de su tiempo, dando lugar a interpretaciones variadas que satisfacían las necesidades existenciales, políticas y sociales de sus comunidades. Sin embargo, la revelación más completa en Jesucristo, caracterizada por el amor, la gracia y la redención universal, ofrece una comprensión más extensa que trasciende estas representaciones anteriores, limitadas por el contexto. Esta evolución en el entendimiento subraya el concepto de revelación progresiva, donde la naturaleza inmutable de Dios se revela gradualmente a la humanidad de formas cada vez más profundas y amplias. El recorrido desde un entendimiento más rudimentario hacia una revelación más completa en Cristo invita a los creyentes a interpretar las Escrituras con una hermenéutica centrada en Cristo, reconociendo tanto la inspiración divina como los contextos humanos que dan forma a la narrativa bíblica. Este enfoque no solo respeta la profundidad histórica de la Biblia, sino que también se alinea con la naturaleza consistente e inmutable de Dios, como finalmente se revela en Jesucristo.