martes, 5 de diciembre de 2017

DESAPARECIDOS EN UAXACTÚN (Cuento) por José Samuel Mérida

La gente se asustó cuando empezaron a desaparecer los perros. 

Al principio no le dieron mayor importancia pero al cabo de un par de semanas ya habían desaparecido más de diez, despertando la curiosidad de los vecinos de Uaxactún. 

Una mañana se organizaron en grupos para ir a buscar pistas de los animales en la espesa selva que rodea al pueblo. Buscaron rastros bajo el breve sol del solsticio, subieron y bajaron las exuberantes ruinas mayas, pero volvieron con las manos vacías. La falta de pistas los frustraba. 

Al final de la tarde, los grupos de vecinos intercambiaban especulaciones a medida que se iban reencontrando en el Salón. Finalmente llegó el último grupo, pero tampoco había encontrado mayor cosa, solo restos de una mula entre los matorrales que delimitan al pueblo.


Regresaban arqueólogos y arrieros cuando la incertidumbre se desvaneció por completo con un estruendo que les estremeció las vísceras. Todo mundo se enjutó al escuchar aquella explosión de ferocidad. El rugido que serruchaba el aire fue identificado por los vecinos inmediatamente. Había un jaguar en el pueblo. 

El cadáver de la mula, que algún arriero enterró descuidadamente, había atraído al jaguar a la aldea durante las noches, para mala fortuna de aquellos perritos. Las personas corrieron de vuelta a sus casas y cabañas, sorprendidos por la segura presencia del tigre en las cercanías. 

Ahora solo quedaba esperar... esperar a ver si el jaguar se acercaba otra vez al campamento, y si lo hacía, qué haría después...

josemerida@gmail.com

Guatemala, noviembre 2017.

sábado, 25 de noviembre de 2017

"Coco" y la Filosofía de la Muerte (CONTIENE SPOILERS)


Coco introduce un segundo tipo de muerte más allá del biológico, la muerte simbólica al ser olvidado. Una vez ya no queda nadie que te recuerde, desapareces del mundo de los muertos, muriendo una segunda vez.

La segunda muerte tiene que ver únicamente con nuestra relación con los demás.

En Coco, son los recuerdos de la gente los que marcan la diferencia entre la vida y la muerte.

Una manera interesante de verlo es a través de la perspectiva del filósofo Jean Baudrillard, que habla de la muerte como una forma de interacción social.

En la cultura occidental la muerte se ve a través de la ciencia al punto de que actualmente pensamos en la muerte como un fenómeno eminentemente biológico. Cuando tu corazón deja de latir y tu cuerpo se empieza a descomponer, estás muerto.

Baudrillard compara esto con ciertas culturas no occidentales en las que la muerte tiene una relación simbólica de intercambio con los vivos; en estas culturas, no solo la muerte se da y es recibida por los vivos, sino que los muertos la pueden recibir y dar también.

Coco explora este sistema de intercambio mutuo entre vivos y muertos. Miguel necesita la ayuda de sus parientes para regresar al mundo de los vivos, pero ellos también lo necesitan a él. Héctor hace un trato con Miguel para llevar su foto a la ofrenda a cambio de su ayuda para volver a casa, y los otros personajes vivos interactúan con sus ancestros aunque no puedan verlos. Comen en el cementerio, traen ofrendas y de verdad honran a los difuntos.

Es solo este intercambio el que evita que los muertos experimenten la segunda muerte que ocurre cuando ya nadie los recuerda.

Baudrillard dice que, en la mayoría de pueblos occidentales, ese tipo de intercambio en doble vía entre los vivos y los muertos no existe. “Los muertos” no son un grupo con el que los vivos puedan interactuar, y mientras más obsesionado está un pueblo con “la razón”, menor es el rol de los muertos.

A los muertos que recordamos los ponemos en billetes y en libros y aprendemos de ellos en la clase de historia, pero no pensamos en una convivencia. No esperamos nada de ellos y tampoco les ofrecemos nada a cambio. La idea en si misma suena muy extraña.

Pero esta eliminación de los muertos de nuestras convivencias sociales cambia la forma de nuestra cultura.

Luego Budrillard dice que cuando los muertos no interactuan con los vivos se “borran”. Vemos esto en la película, cuando los individuos dejan de existir solo hasta que ya no tienen parientes vivos que participen en ese intercambio de recuerdos y celebraciones.

Chicharrón, la única persona que vemos experimentar una segunda muerte, ya no deja atrás un cuerpo, como cuando murió biológicamente. Su esqueleto se borra y todo lo que queda de él es su guitarra y una pila de objetos en su hamaca.

Pero si bien la memoria es suficiente para salvar a los muertos de su extinción total, sufren cuando no pueden regresar con los vivos y convivir con su familia. La memoria es importante, pero los vivos deben estar dispuestos a dar más que eso.

Para Baudrillard, este toma y daca entre la vida y la muerte significaría que morir y nacer no son necesariamente opuestos, también son parte de este gran sistema de intercambio, y la muerte puede intercambiarse por vida a través de las interacciones sociales. Y aunque Baudrillard no se refiere a la película, el paso de Hector de estar olvidado a ser celebrado por sus descendientes es, de cierta manera, un forma de renacimiento. Aunque todavía no se ha hecho polvo, está en riesgo de ser borrado cuando Coco lo olvide, y el chispazo de su memoria lo vuelve a la vida, aunque, biológicamente, sigue muerto como una piedra.

La razón por la que el público llora cuando Miguel canta “Recuérdame” al final de la película es, no solo la conexión entre Coco y su papá que extraña tanto, sino también porque es una invitación a no olvidar a los muertos.

martes, 21 de noviembre de 2017

Resumen de Cándido de Voltaire

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Cándido, o el optimismo, es el trabajo más conocido de Voltaire y una de las obras literarias más leídas en francés. Voltaire inventó el relato filosófico como un medio para transmitir sus propias ideas y, al mismo tiempo, entretener a sus lectores con ingenio satírico e insinuaciones irónicas. Cándido (el nombre hace referencia a la pureza y franqueza) es el personaje principal del cuento. Él encarna la idea filosófica de optimismo a la que Voltaire pretende oponerse.

A medida que comienza la historia, Cándido se ve obligado a abandonar Westfalia porque lo han sorprendido besando a la hija del barón, la bella Cunegunda. Cándido es expulsado del espléndido castillo del barón Thunder-ten-tronckh, donde el doctor Pangloss ha sido tutor de Cándido y le ha enseñado que todo está bien en este "el mejor de los mundos posibles". Poco tiempo pasa antes de que el ingenuo Cándido se encuentre reclutado en el ejército búlgaro. Como soldado, es testigo de primera mano de las terribles atrocidades de la guerra. Escapando a Holanda, se encuentra milagrosamente con Pangloss, quien se encuentra en un estado físico lamentable. Por el siempre optimista filósofo, Cándido se entera de que su antiguo hogar en Alemania ha sido incendiado y que todos los que están dentro han sido masacrados por el avance del ejército búlgaro.

Voltaire continúa narrando su historia con una cascada de aventuras. Sin embargo, se mantiene cerca de la razón principal para contar su historia: desacreditar la idea metafísica de que todo lo que sucede en la tierra ha sido determinado por la Providencia y, por lo tanto, debe ser juzgado como algo para bien de la humanidad. Pangloss, que ha perdido parte de su nariz y un ojo por la sífilis, sigue insistiendo en que todo va bien a pesar de una adversidad abrumadora. Cándido y Pangloss viajan a Lisboa, donde llegan justo a tiempo para experimentar el famoso terremoto de 1755. No solo se ven atrapados en Portugal durante este desastre natural, sino que también se ven envueltos en la Inquisición. Solo por la reaparición e intervención de Cunegunda se salva a Cándido (Pangloss es una presunta víctima de la Inquisición). Sin embargo, al rescatar a Cunegunda, Cándido debe matar a un israelita y al Gran Inquisidor.

Cándido, Cunegunda y una anciana (la hija del Papa Urbano X) huyen a América del Sur. Incluso allí, son rastreados por los agentes de la Inquisición; Cándido y Cunegunda deben separarse o correr el riesgo de ser quemados en la estaca. Cándido se refugia en Paraguay, el reino de los jesuitas, donde "Los Padres lo tienen todo y la gente no tiene nada". Cándido se encuentra con el hermano de Cunegunda entre los líderes jesuitas. Se pelean porque Cándido, a pesar de sus orígenes humildes, insiste en casarse con la hermana del joven barón. Cándido lo hiere, aparentemente mortalmente, y de nuevo huye con su ayuda su criado y compañero Cacambo.

A lo largo de todos los viajes de Cándido, quien a continuación descubre a Eldorado (la ciudad del oro y las joyas preciosas), Voltaire se deleita en atacar los excesos de la humanidad, desde la brutalidad de las guerras hasta la innoble institución de la Inquisición. Para enfatizar la tolerancia y la moderación, Voltaire presenta personajes que se identifican de inmediato como representativos de posiciones filosóficas extremas: Pangloss (que reaparece al final de la historia en Constantinopla) sostiene tenazmente un optimismo absurdo, y Martin (el compañero de Cándido en su viaje de regreso a Europa y a Constantinopla) afirma con igual obstinación que hay poca virtud y felicidad en un mundo lleno de maldad.

Mientras se encuentra en Venecia, Cándido se entera de que su otrora hermosa Cunegunda ahora está lavando platos en la orilla de un río para un príncipe en Turquía. De Cacambo, oye que Cunegunda incluso se ha vuelto fea y malhumorada. Aún así, siendo un hombre honorable, Cándido tiene la intención de casarse con Cunegunda, y se marcha de inmediato a la ciudad turca. Mientras está de camino, encuentra a Pangloss y al hermano de Cunegunda (resucitados) entre los esclavos de la galera en el barco turco. Cándido todavía posee algunos de los diamantes que se llevó de Eldorado y puede comprar la libertad de sus amigos. Por casualidad, todos los personajes de este cuento terminan viviendo juntos en una pequeña granja de hortalizas en algún lugar de las afueras de Constantinopla. El dinero de Cándido se ha agotado, Cunegunda se vuelve más insoportable, Cacambo maldice su destino como vendedor de vegetales, Pangloss se desespera porque no está enseñando en una buena universidad alemana, y Martin persiste en ver a la humanidad atrapada en la angustia del desconsuelo o en la crisis del letargo. Cándido no está de acuerdo, pero ya no afirma nada. En lugar de discutir cuestiones metafísicas y morales, sigue el consejo de un anciano que le dice: "el trabajo mantiene a raya tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad". De esta lección, Cándido concluye que "debemos cultivar nuestros jardines." Al final, la pequeña granja rinde bien y todos comen cítricos confitados y pistachos. Voltaire termina el relato, en una nota ni de pesimismo ni de optimismo, con sus personajes trabajando y viviendo en paz juntos.

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martes, 5 de septiembre de 2017

El Quetzal (1938) por Adrián Recinos


por Adrían Recinos

Hijo de América tropical, fruto del beso de la aurora sobre los labios de nuestro suelo donde tiene la primavera su inconmovible trono; flor incomparable del jardín de la Creación; el ave de nuestro escudo es sin disputa la más hermosa de las que pueblan el Continente y una de las que otros pueblos de la tierra admiran y reverencian como las joyas más preciadas de sus bosques. Ni el águila que no olvida que bajo su plumaje se escondió el alma poderosa de Júpiter Olímpico; ni el pavo resplandeciente se creyó construidos para pasear su hermosura, los castillos feudales y las terrazas llenas de pajes y princesas; ni el ave del paraíso que podría en su altiva petulancia suponer que para ella se hizo el vergel del mundo; ni la garza silenciosa; ni la tierna palo; ni el cisne que se contonea sobre el espejo del estanque como el cristal de roca más gracioso y puro; ni el cóndor de los Andes que contempla desde el pináculo del cielo la tierra y sus criaturas abatidas al pie de su dosel de nubes, ninguna de las aves, ni en atavío ni en orgullo, podría rivalizar con el Quetzal nativo, que no reconoce igual sobre la tierra ni humillaría su penacho erecto ante otro ser alado, ni aun ante el ave religiosa del Espíritu Santo.

En la áspera montaña, el pájaro sagrado es como un dios en la floresta primordial del mundo. Es el genio de la selva; es el “Fénix de los bosques”, como le llamara Morelet.

Cuando pausadamente vuela y se remonta hacia el azul del cielo, es como la plegaria de la tierra al infinito, y en el espacio sereno su cuerpo arqueado, y profuso de matices parece el arcoiris, símbolo de paz y de grandeza. En cambio, cuando descansa en la rama enhiesta del árbol, el Quetzal es la imagen del silencio y la quietud, y el viajero desprevenido podría confundirlo, en su actitud hierática, con el genio de las selvas, si no creyera que había descubierto la más rara de las orquídeas o la más curiosa de las epífitas, pues el Quetzal es, en verdad, la floración única y sublime de toda la Naturaleza.

Su plumaje es de oro, de esmeralda y de rubí. ¿Y a qué hacer su descripción si jamás la palabra llegaría en sus más sabias combinaciones a reproducir la realidad de esta ave magnífica, y si no hay guatemalteco que no la vea retrataad en su alma con sólo volver a su interior los ojos de su propio corazón? Los más vivos colores de las plumas exóticas palidecen y se ajan ante el verde y granate y el divino tornasol de su pluma. Ni el dorado faisan que suministra el material de los mágicos abanicos orentales; ni los pintados colibrís de Moctezuma creaba en sus jardines para los cuadros y vestiduras d su corte; ni el pájaro mosca y la oropéndola, hechos de iris y metales; ni el avestruz con cuya pluma adornaban los griegos el casco de las estatuas de Minerva; ni el olímpico cisne de voluptuoso vellón; ni la veste de seda del colimbo zambullidor, ni el papagallo con su traje de arlequín, se atrevían a ostentar su plumaje ante la reina americana, que a todos aventaja en el brillo de las piedras preciosas de su pluma, en la gracia de su vuelo, en los “radiosos alfanges” que cubren su morena cauda y que parecen ir abriendo en el aire una brecha de esperanza o dibujando una estela de victoria...

Los extranjeros se han unido a nosotros para celebrar la sin par hermosura de nuestro Quetzal; ave americana, después de recibir el culto más antiguo de que se tiene memoria y que se inicia en el momento mismo de la creación del mundo en la veste luminosa de Quetzalcohuatl, de la Serpiente cubierta de plumas, flotante sobre el agua como una luz creceinte de azur y de esmeralda; después de asociar su prestigio de color a todas la empresas de los indias, viene en las modernas edades a recibir el aplauso de los hombres de ciencia, de los artistas enamorados de su sin igual belleza, de los patriotas que en una nueva expedición al jardín de las Hespérides, marchan a la montaña solemne y extraen de ella el pájaro mirífico para imponerlo como un balsón de gloria en las armas de la República, enlazadas de laurel.

Vive el Quetzal en nuestras montañas y no tiene preferencia por ningún temperamento, de manera que lo mismo habita las sierras empinadas que las nubes coronas de escarcha y de rocío, que las ricas planicies en que las selvas tropicales se dilatan, augustas como un templo. Jamás sus pies se humillan con el contacto de la tierra; el Quetzal vive del aire y de la luz y busca su alimento en gentil revoloteo o inmóvil en las ramas de los gigantes del bosque. Enhiesto sobre el sitial más alto que le brindan las frondas, permanece muchas horas inmóvil, como Simón el estilita en la cumbre de su columna de penitencia; de cuando en cuando vuelve lentamente la cabeza de uno a otro lado si acaso percipe en la paz y misterio de su refugio algún rumor desconocido o levanta con gracia la cola espendorosa y balancea su cuerpo en el vacío. Todos los seres vivos respetan el callado estupor del Quetzal; hasta el cazador inhumano se arrodilla largo sinstantes ante su víctima inocente, cmo si una voz secreta le anunciara la maldición que pasará sobre él por inicuo sacrificio de un dios. La traición germina, por eso, entre la umbría, y el tirador se recata de la pupila sagrada, apuntando y disparando en un delirio de horror contra el pecho en que empapa la aurora sus pinceles.

Los ojos del Quetzal persiguen en el aire las formas y los colores; descansan en los limbos relucentes y húmedos de savia, reposan en la verdura de la selva y penetran en el profundo dombo azul del firmamento; de pronto descubren en la vecina rama el fruto delicioso que destila abrosía y el ave emprende el vuelo alborotada, pasa sobre el árbol en que el fruto revienta, se cierne sobre el aire y parece que otra vez se quedara inmóvil acechando su alimento; se acerca ondulando como la pluma que riela, coge la baya sonrosada y vuelve a su sitio en la copa del árbol, ebrio de luz y de gracia voluptuosa. El aire y la distancia no apagan los colores inmarcesibles del Quetzal, como devoran los matices de las avecillas minúsculas que son ni siquiera un punto en la inmensidad del espacio; al contrario, cuando vuela, la luz se prende en sus alas de zafiro y de oro, y se multiplica en un milagro de colores, como la refracción del más hermoso de los prismas. Osberto Salvin conidera que el Quetzal no altera su belleza, que es la misma en cualqiuera posición que se halle, “Ninguna ave del Nuevo Mundo le iguala por tal concepto -agrega el naturalista que clasificó todos nuestros pájaros- ni tampoco la aventaja ningua del antiguo Continente. Tal es la impresión que me produjo cuando la ví por primera vez”.

Un penacho semilunar y fijo corona la frente del Quetzal y ese penacho ha sido en nuestro sueo como el del rey francés, el signo del honor y el oriente de la gloria. Monarcas y caudillos, cacicques y capitanes se ataviaban entre los indios de plumas de Quetzal; las tectrices del ala y el vellón del pecho de escarlata se prendían en el cinto y en los espléndidos collares, mientras las largas y opulentas plumas que arrancan del costado recubren la cauda formaban el morrión y la cimera, y simulaban el copete del pájaro inmortal. Las plumas más hemorsas adornaban la cabeza de Tecún Umán en aquella jornada maldita en que sucumbieron las patrias libertades bajo el peso del hierro y de la cruz. El rey Tecún, “estupendo y grande brujo -refiere Fuentes y Guzmán- tomando su nahuatl, que era en la forma de Quetzal, levantó el vuelo sobre aquel escuadrón de nuestra infantería”, “Se vió entonces un águila colosal -dice Jiménez- volar sobre la cabeza de Alvarado, atacándolo con las uñas y con el pico”. Fantasía de nuestro pueblo que al cronista dominico llegó como un eco de la tradición. “El Rey del Quiché, Tecún Umán, era grande brujo -dice el ingenuo autor del Isagoge Histórico- y volaba sobre todos sus ejército en forma de un pájaro que llaman Quetzal, de plumas muy largas, verdes y vistosísimas, y con un cetro de esmeraldas en la mano, iba dando órdenes a sus capitanes y animando a sus soldados.

Y consta ciertamente -agrega el anónimo analista- que los reyes del Quiché eran grandes brujos y se transformaban en varios animales.”

El plumaje del Quetzal es el mayor tesoro de los imperios americanos; Moctezuma lo prefiere al oro y a las piedras preciosas y lo recibe como el mejor tributo de lo pueblos; los reyes cachiqueles y quichés sonríen al cortesano que les ofrenda las plumas de esmeralda; Cortés envía a los Católicos Reyes, como presente de la tierras conquistadas, coronas de plumas de Quetzal engarzadas en oro, zafiros y topacios; y un romano pontífice repasa con su manos sutiles uno de los cuadros que compuseron lo artistas de Anáhuac con el vellón del Quetzal y el colibrí. El despojo de sus plumas es el tormento histórico del Quetzal y en verdad sorprende que la especie se conserve tras una larga explotación que abarca muchos siglos. Los inidios eran previsores y no atentaban contra la vida del pájaro tricolor para proveerse de su rica vestidura; cogíanle con trampas, le arrancaban las largas plumas que recubren su cauda y libre le dejaban y apto para el más fácil vuelo. La muerte de un Quetzal era penada con la vida -dice el cronista Herrera- y sólo se permitía a los indios cogerlos en la trampa para despojarlos de sus plumas. Y la pluma es inmortal, por otra parte; ni la luz ni la edad empañan su briollo ni se aminoran su viva tonalidad, y las nobles familia transmitían a sus descendientes las riquísimas tectrices, coom la herencia más valiosa. “Aprended a levantar la cabeza -dice la Biblia Cachiquel- aprended a levantar las piedras y metales preciosos, las plumas verdes, los escritos y grabados”.

“No canta el Quetzal peregrino de adornos tan regios”, -exclama el hispano poeta que ha celebrado nuestra ave nacional. “Tu mudez me hace llorar”, dice el inolvidable Joaquín Palma, que alzó en su pecho agradecido, trono de gloria al ave de Guatemala. Y Joaquín Méndez prorrumpe en este lírico arrebato: “... El Quetzal canta himnos a la libertad con su plumaje. Su canto no es para oído, sino para la vista. Su trova es la de la esmeralda, su arpegio el del rubí. No canta, refulge; no trina, esplende; no gorgorita las perlas del sondo en sus fauces de acero, ni bota de ellas la escala de tintes sonoros que irisa los tímpanos. Es el sonido del color. No gorjea como el ruiseñor ni arrulla como la paloma; no tiene el clarín del turpial ni la flauta del cenzontle. Es mudo como el ibis y meditabundo, hierático, impasible, silencioso, pero indómito y grande, desfallece de orgullo herido, se muere de soberbia, sucumbe de dolor incurable si pierde sus plumas, luminosas como un fuego de Bengala, o su libertad que es su vida.”

El amor a la libertad es el fondo de la psicología de esta ave caprichosa; libre habita en los bosques, construye su nido en un tronco, y allí deposita, al abrigo de los cataclismos de la Naturaleza, sus huevos de color azul verdoso como dos crisoberilos. Cuida su cola y resguarda su plumaje, y si cae cautiva, la rabia y el dolor precipitan sobre ella el soplo de la muerte; altivez ruda y salvaje que con justiica ha escogido nuestro pueblo para ejemplo de sí mismo; orgullo de titán que desprecia la muerte y no implora misericordia, enseñanza sublime para los hijos de la tierra que habita el indómito Quezal y que aprenden en su muerte la lección de la dignidad ante la brutal acometida del njusto. ¡Bien hallan, pues, los inspirados patriotas que tan bien supieron identificar en el simbolismo del Escudo de Guatemala al ave de los bosques con el alma de nuestro pueblo, que jamás ha titubeado, ni nunca vacilar podría, entre el oprobio de la esclavitud y la gloria de una digna muerte!

El poeta interroga al Quetzal sobre su origen. Y su origen, hemos dicho, se confunde como los primeros vapores del mundo, con la luz que se dilata sobre el haz de las aguas, con el vivo destello que rradia serenamente en el vielo indeciso de la triunfal mañana de todas las mañanas. Las tinieblas envuelven el mundo en una eterna noche que dura siglos incontables; no hay un astro, ni una luz, ni un soplo ni un sonido: “Todo se halla en suspenso -dice el Libro Sagrado- todo en calma y silencioso; todo está inmóvil, todo está tranquilo y vacía se halla la inmensidad del cielo; más no se manifiesta la faz de la tierra y sólo existen el mar apacible y el espacio de los ciclos; no hay un cuerpo, nada que se balancee, que se prenda, que se resbale, que haga oír un sonido en el aire; no hay más que la inmovlidad y el silencio en las tinieblas, solamente el Creador, el Formador, el Dominador, la Serpiente cubierta de plumas, los que engendran, los que dan el ser, flotan en el agua como una luz creciente”. Es Gucumatz, la serpiente cubierta de una sombra verda y azul, es decir, revestida de misterio y santidad. Y allí en aquel soplo inicial de la Creacion, antes que otro ser se formara entre las manos del Dominador, del Padre Universal, las plumas del ave misteriosa adornan ya la veste salpcada del polvo de los astros en que se envuelve Gucumatz. El mito mexicano se llama Quetzalcohuatl, también serpiente cubierta de plumas y su explosión de fecundidad y de vida coincide con el nacimiento de Venus en el espacio, con la estrella de la mañana que se identifica en Quetzalcohuatl.

El nombre mismo del Quetzal, guc en el dialecto de los quichés y juc en otras lenguas de Guatemala, proclama el noble origen del ave simbólica. Quetzal es lo que está levantado, lo que se endereza, la vida que se yergue sobre el agua, interpreta el Abate Brasseur; la vallisnería que en la época del amor se levanta en lo profundo del Océano y surge de las ondas para unir sus flores en un beso de juventud y pasión; en la aptittud para la vida que lo anima todo sin tuido, como se anima el embión en el claustro de la madre; es la palabra de Dios que en el slecio de la nada se oye de pronto grave y penetrante como el Verbo que crea y se ilumina. Gucumatz o Quetzalcohuatl, la serpiente nimbada de azur y de esmeralda, simboliza en consecuencia el principio animador, la esencia y la potenca cósmica de la vida y la fecundación universal; el Dios de la esmeralda es también el volcán y se levanta en los trastornos geológicos como la estrella matutina; se alza sobre el haz de la tierra como el árbol fundador de la floresta, como el continente que emerge de las aguas y se extiende y se puebla de pájaros y flores. Quetzalcohuatl, en la leyenda mexicana, representa todo el desorden y la agtación y la lucha de los elementos, en la formación del mundo; el combate entre la tierra y los elementos, el diluvio y la inundación universales, las convulsiones de una tierra que tiene una tormentosa epifanía, llena de angustias y espasmos.

El culto del dios cubierto de plumas de Quetzal se trasmite en la historia de los pueblos civilizados de México como el culto de Pan y del divino Osiris. En lo litúrgico y místico como en lo mundano, el ave maravillosa preside todas las acciones humanas; su traje de luces es la imagen multicolora de la divinidad, de Gucumatz el Creador, de Quetzalcohuatl el Formador; es la forma corpórea de Hurakán, del Corazón del Cielo. Cuando las tribus guatemaltecas en su emigración del Norte, se creían perdidas, tras la derrota de Nonohuálcat, el pueblo zotzil clamó: “Sólo hay salvación en el ndo de nuestras guacamayas”. Pero las tribus tuvieron fe, presintieron el favor de sus dioses entre las sombras de angustia; y la esperanza las condujo a donde debía de “brillar su aurora”. Una mañana zotziles, cachiqueles y tucuchées echan los cimientos de sus pueblos en los lugares en donde les amaneció la aurora; tan sólo los akahales o tzutuhiles no lograron terminar sus obras antes de que saliera el sol y determinaron marcharse en masa a las márgenes encantadas del lago de Atitlán. Brisas suaves como un suspiro y tibias como una caricia; bosques llenos de frutos y de aves que cantan un himno a la grandeza de Dios, de consumo con las ondas que murmuran en la orilla; blandos lechos de césped y de flores brindan a los emigrantes las dulzuras de la existencia en un sitio incomparable, en donde el azul se multiplica en el horizonte y en el espejo de las aguas cristalinas. La alegría llena los corazones de los indios errantes y arranca de su pecho himnos de gozo y voces salvajes de contento. Mas, ¿qué es lo que inmoviliza ahora la gente en la playa y en el monte? El espanto se dibuja en los rostros y la congoja apreta como una garra los pechos consternados: el águila de plumas verdes, Guj-Cot el encantador, revolotea por el aire y pasa commo una flecha sobre la multitud despavorida. El puebo recuerda con horror que una flecha de Hun-Ahpú, el ballestero, disparada contra los montes en la infancia del mundo, produjo en sus entrañas la convulsión de las primeras erupciones volcáncas. La tristeza cubre con su sombra a la multitud. El águila de plumas verdes, que no es otra que el Quetzal, símbolo de la grandeza divina, se aparece a las mujeres de Tzunumá, de Tzololá y de Ajachél, se cierne sobre las márgenes del lago y con ella se vino la mitad de la población, dice el Libro Cachiquel. Así, en la forma de esta fábula maravillosa, quedó fundado sobre abruptos peñascos, el pueblo libre de Atitlán, por la gracia de Dios, encarnado en el Quetzal.

Esta misma águila es la que siglos más tarde inquieta a Tonatiuh en su combate con Tecún el esforzado, dejando para siempre en la hstoria el símbolo de su grandeza aliada con la muerte. La conquista despoja al indio de su hogar, de sus tierras y riquezas y le arranca, para colmo de injusticia, sus plumas de Querzal que en la Corte de Castilla se reciben como tributos de reyes domeñados. Un Jefe indio, en 1550, se levanta en el valle de Chiapas contra la esclavitud hispana y se abroquela en el nombre divino de Quetzalcohuatl. En vano, porque el Dios de plumas verdes huyó hace siglos de la tierra americana y el oriente que lo envolvió en sus brumas no lo restituye jamás a las razas sojuzgadas. Consumada la conquista y afirmado el poder de los leones de Castilla, el Quetzal se retira a sus montañas donde llora en silencio la ruina de los imperios que protegió con el lábado de su plumaje; apenas si sus plumas, ajadas y envilecidas por indios degenerados, contribuyen a la mojiganga con que los peninsulares celebran en la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, el triunfo de las armas españolas contra los bravos aborígenes. “La silla dorada del rey indio, en la fiesta del volcán -escribe el autor de la Recordación Florida- se adornaba con plumas de Quetzal; mientras los indios desnudos y embijados a usanza de la gentilidad de sus mayores, se ataviaban con plumas varias de guacamayos y pericos”. El ave melancólica se recluye en su más oculto nido y Europa no sabe de ella hasta que se publica en la décima séptima centura el libro de Francisco Fernández, médico y naturalista hispano, cuyas noticias interpretó más tarde Willughby creyendo que se trataba de un ave fabulosa, de un mito americano. Los sabios estudiaron con curiosidad el ave del Nuevo Mundo; nombres varios de los que busca la ciencia para identificar las especies vivas en nomenclaturas comunes a todos los pueblos y a todas las lenguas, fueron aplicadas al Quetzal resplandeciente que fué a ocupar en los Museos de Historia Natural y en los libros donde se encierra el saber de todos los hombres, el sitio distinguido a que le destinaban sus raras cualidades. Un mexicano cuyo nombre quedó por siempre unido al nombre que la ciencia adoptó para el Quetzal, un naturalista infortunado, José María Mociño, exploró nuestros bosues, hizo colecciones que más tarde la Capitanía General remitió a España, en donde olvidadas esperaron que Mociño llegara a la Península y revelara la belleza sin rival de esta ave amada. Pharomacros mocino, la llamó otro sabio mexicano, Pablo de la Llave, y este nombre extraño, “nombre bárbaro”, dice Salvin, clasifica al Quetzal sin otra controversia. Pharomacros, es decir, luz grande. El magistral estudio que le consagró el sabio naturalista guatemalteco don Juan J. Rodríguez Luna, los himnos que los artistas y los poetas le han dedicado proclaman los atributos de grandeza y sublime hermosura del ave tropical. Y ¿qué pudiera mi pálida fantasía agregar al elogio qu een tan justa medida ha recibido el nahual de Tecún Umán? La música de todas las brisas, el aliento de todo los céfiros; la lumbre de todas las estrellas condensadas en un rayo de todos los matices; el murmullo del arrollo que se desliza en la pradera ebrio del aroma de las flores; el trueno que prolonga el sonido de su cuerda grave en el húmedo ambiente de la tarde de abril; el ritmo del cenzontle, la cascada de armonía del guarda zahareño, el lamento tiernísimo de la tórtola y el zumbdo del huracán, fueran precisos para formar un himno al ave majestuosa que tienen en el Escudo de Guatemala su más excelso trono, y su culto más ferviente en el corazón de los hijos de esta tierra. Allí, en la dulce intimidad del laurel, el Quetzal de la selva americana que remontó su vuelo más que el águila y el cóndor de los Andes, descansa vigilante en el campo de azur y de nieve, a la sombra de las espadas y de los fusiles; en las alas del viento la bandera desplegada lleva ota vez en las cimas del aire al pájaro inmortal, y al choque del acero y al estallido del cañón, el ave que se anima en el escudo es el mismo Quetzal del Príncipe Tecún, que se escapa de la eternidad y acude, como el póstumo Cid, a ganar nuevas batallas en la vida.


Guatemala, 1938.

domingo, 20 de agosto de 2017

La leyenda maya del eclipse, basada en una creencia popular (escrita por José Samuel Mérida)


basada en una creencia popular (escrita por José Samuel Mérida, josemerida gmail)

Hace mucho tiempo, en la selva milenaria de Guatemala, vivía un zompopo. Hormigas había muchísimas, tantas como las estrellas, pero esta era distinta. Esta alcanzaba a ver el sol.

La vida de la hormiga era simple. Salir todos los días a buscar las hojas de algún árbol y cortarlas con mucho esmero. No tienen nada más qué hacer y no lo necesitan. Las hormigas eran felices cumpliendo su rutina todos los días.

Una día la hormiga vió al sol en el cenit. Se preguntó si habría forma de llegar allá, si tal vez él podría ir allí. Quizás podía hacer algo más en la vida que cortar hojas.

Fue un sueño extraño. Toda su vida había tenido un solo propósito en mente: cortar las hojas de la selva y darles foma de media luna. Esto no era un problema, a las hormigas les encanta trepar y cortar, cortar y trepar. Pero esta hormiga quería hacer algo más.

Una tarde se puso a hablar con la guacamaya que anidaba en un árbol cercano a su hormiguero. Desde allá arriba se veía todo distinto. Tal vez ella podría enseñarle algo nuevo.

—Disculpa, guacamaya —le dijo—, ¿alguna vez has visto el sol?
—¡Por supuesto, mira mis plumas! —le respondió orgullosa— ¿A dónde crees que voy cuando alzo el vuelo?

El zompopo se sorprendió de la respuesta y dijo:
—Entonces... ¿será posible que yo también vaya allí? Ya me aburrí de cortar hojas y trepar árboles. Quiero hacer algo nuevo.

A la guacamaya le dio risa y sacudió sus plumas.

—¿Tú quieres ir al sol? ¡Imposible! ¡Tú eres una hormiga! Solo debes trepar árboles y cortar hojas. Para eso naciste.

La hormiga se entristeció al escuchar esto porque seguramente la guacamaya tenía razón. Se bajó de aquel árbol y se fue a su hormiguero. Quería pensar en esto. Era cierto que era una hormiga pero no entendía por qué no podía ir a ninguna otra parte. Entonces decidió preguntar a otras hormigas, las que siempre lo acompañaban a trepar árboles.

—Escuchen —les dijo—, lo he estado pensando y creo que quiero intentar trepar hasta el sol. Quiero ver cómo es todo desde allá arriba. Ya no quiero solo cortar hojas.

Las otras hormigas la vieron asombradas.

—¿El sol? —le preguntaron con sorpresa— ¿Cómo se te ocurre que vas a hacer eso?

Era una buena pregunta, pero nada lo iba a detener. Estaba claro que nadie lo iba a acompañar y entonces empezó solo, sin esperar el apoyo de nadie más. Si la guacamaya podía ir, él
también podía hacerlo.

Y trepó muy alto. Aquella ceiba centenaria era la más grande y más alta que jamás había imaginado. Parecía interminable, el sol salió, se ocultó y volvió a salir mientras la trepaba. Perdió la cuenta de sus pasos, debía detenerse y descansar; porque sus patas eran pequeñas y frágiles.

Finalmente llegó más alto de lo que ningún otro zompopo había logrado y alcanzó el techo de ramas y hojas verdes que cubren todo en la selva maya de Guatemala. Redobló sus esfuerzos, trepando las ramas, pasando entre las hojas... ¡y ahí estaba! Más grande y radiante de lo que lo había soñado: el sol —sentado sobre la ceiba a medio día— iluminándolo como nunca antes lo había hecho. Se quedó inmóvil por un instante, incrédulo. Y luego lo trepó.

No pudo evitar hincarle sus mandíbulas al sol y cortarle un pedacito, porque para eso había nacido.

Más abajo, la guacamaya, que en realidad nunca había llegado hasta el sol, veía confundida el suelo. La luz era otra. Había algo extraño... «El sol siempre brilla entre las hojas de los árboles, pero hoy es distinto. Hoy no son solo rayos de luz», pensó.

Aquel día el sol parecía luna. Luz de uñitas de media luna cubrían el suelo.

Así ocurrió el primer eclipse, cuando el zompopo Chay-Sanic mordió a Knich-Ajau, el sol. La hormiga se quedó en el cielo convertida en el lucero de la mañana acompañando al sol en el alba. Y de vez en cuando, para sorpresa de todos, repite aquella hazaña y se acerca a cortarle un pedacito al sol.

Guatemala, 2017.

sábado, 1 de julio de 2017

Resumen de "Mulata de Tal" de Miguel Ángel Asturias



Miguel Angel Asturias basa Mulata de Tal en la leyenda popular guatemalteca del hombre que vende su mujer al diablo a cambio de riqueza ilimitada. La novela inicia con Celestino Yumí caminando en la feria del pueblo con la bragueta abierta, para pagar el pacto que hizo con Tazol, el diablo de tuzas. De esta manera Yumí hará que las mujeres pequen al verle sus partes. Exitoso en esta tarea, Tazol luego le dice a Yumí que para obtener toda la riqueza también tiene que entregarle a su mujer, Catalina Zabala. Yumí, al principio, no quiere, pero la promesa de riquezas, fama y poder es grande y accede. Tazol agarra a Catalina, o Niniloj, como Yumí le dice, y le da a Yumí sus deseos – tierras, cosechas y dinero abundante.

Ya siendo rico, Yumí descubre que lo que Tazol le había dicho era verdad: Todos van a respetar su opinión cualquiera que sea, no porque sepa nada sino porque es rico. Sin embargo Yumí encuentra que la riqueza y el poder no compensan la pérdida de su esposa; extraña su amor y se entrega a la bebida. Mientras asiste a un evento religioso con su amigo Timoteo Teo Timoteo, conoce a la Mulata. Bolo y presa de la lujuria, Yumí se casa con ella en una ceremonia civil y se la lleva a casa. Ahí, en la cama, Yumí descubre que la Mulata, para su sorpresa y vergüenza, es bisexual y peligrosa. Tan animal como humana, lo domina y atormenta de manera que Yumí encuentra aterador quedarse con ella. Trata entonces de anular el pacto con Tazol, y tiene exito al recuperar a Catalina, que ha sido convertida en enano por Tazol. Catalina regresa a vivir con Yumí y su nueva esposa, y la Mulata la ve al principio como un juguete humano pero se cansa y entonces prefiere maltratarla. Yumí y Catalina esperan librarse del control de la Mulata, y Catalina, astutamente, en vista del peso de la Mulata, la lleva a una cueva y la encierra, pero la Mulata escapa, provocando una erupción volcánica cataclismica que destruye a Quiavicús y toda la riqueza de Yumí.

Ahora, más desventajado que antes del pacto con Tazol, Yumí no sabe qué hacer. Catalina, que en su trato con Tazol y la Mulata ha agarrado gusto por la brujería, convence a Yumí a irse con ella a Tierrapaulita, la ciudad donde todos los que quieren aprender brujería deben ir. Al no poder pasar las “nueve vueltas del diablo”, se regresan, y luego intentan ir de nuevo. Esta vez, Catalina se pone en el pecho una cruz con la imagen de Tazol, hecha de tuzas, y los poderes del diablo se neutralizan. De esta manera, llegan a Tierrapaulita con la protección de Tazol, aunque el diablo mismo tiene temor de entrar a Tierrapaulita.


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Yumi y Catalina se dan cuenta que Tierrapaulita es un lugar fantástico y aterrador que, a pesar de lo mucho que quieren tomar el poder de la magia, deciden irse. Cashtoc, el inmenso, el demonio de tierra roja del mito indígena, impide que se vayan, empleando otros demonios de Xibalbá. Catalina da a luz a Tazolín, concebida por Tazol, y se convierte en la gran Giroma, la madre de las magias. Para vengarse de Yumí por su pacto con Tazol y su casamiento con la Mulata, Catalina lo convierte en enano, pero después cambia de parecer, cuando, celosa de las atenciones que le da la enana Huasanga, lo transforma en gigante.

Esta acción y el llanto de Huasanga causan un terremoto en el que Cashtoc convoca a sus legiones y lo expulsa junto a todos los hechiceros de Tierrapaulita, destruyendo a la ciudad en el proceso. Cashtoc vacía el pueblo porque se da cuenta que ha llegado el diablo cristiano Cadanga y con él todos los que demandarán generaciones egoistas que se olviden que están hechos de maíz.

Yumí y Catalina, junto a otras brujas, magos y hechiceros, se oponen a Cashtoc y regresan a Tierrapaulita, solo para encontrar que sus poderes ya no funcionan ahora que Cadanga, el diablo cristiano, domina. En una ceremonia tenebrosa, Yumí, disfrazado de indígena con viruela, representando al diablo cristiano Cadanga, se enfrenta a la Mulata, en forma del nuevo sacristán, representando a Cashtoc. Reconociéndose ambos a pesar de sus disfraces, Yumí y la Mulata se enfrentan en una batalla de ingenio, en el que la Mulata, para salvar a Yumí (que se ha convertido en puercoespín y está peleando con el religioso, que se ha convertido en araña de once mil patas), retoma su forma y con rocío mágico inmoviliza a los combatientes. En una misa posterior, la Mulata se casa con Yumí (todavía puercoespín) para una eternidad de muerte.

Como castigo por su traición, Cashtoc le quita a la Mulata una pierna, un ojo, una oreja, una mano, un labio, una teta, y la suelta como culebra. Cashtoc y sus legiones recuperan nuevamente Tierrapaulita, dejandola a ella y sus habitantes en manos del diablo cristiano Cadanga, que incita a la población a tener hijos porque su infierno necesita más almas.


La novela finaliza con el horrible cataclismo en el que Tierrapaulita y todos sus habitantes son destruidos por terremotos y erupciones volcánicas. Yumí y Catalina son aplastados, y la Mulata, completa nuevamente pero sin poderes, abre el cuerpo de Yumí para sacar sus huesos dorados bajo la luz de la luna. Solo el sacristán sobrevive, en el hospital los doctores no saben que tipo de lepra tiene, si es que es lepra.

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viernes, 9 de junio de 2017

"Guatemala, inspiración de Miguel Ángel Asturias"

por José Samuel Mérida

El escritor dedicó una singular colección de frases a Guatemala en su programa "Diario del Aire".


Este 2017 se cumplen 50 años de que Miguel Ángel Asturias llenara de gloria a Guatemala al ganar el Premio Nobel de Literatura. Pero el insigne escritor también fue pionero del periodismo radial del país al fundar en junio de 1938 el "Diario del Aire", novedoso radioperiódico que dirigió hasta 1944. Lo transmitía la TGW a nivel nacional y se caracterizó, entre otras cosas, por abrir y cerrar cada transmisión con una frase que Asturias le dedicaba a Guatemala. Los guiones mecanoscritos de los cientos de programas transmitidos están alojados en el Archivo General de Centro América y personalmente me di a la tarea de recopilar estas emblemáticas frases que comparto a continuación. Decía Miguel Ángel Asturias: «Dedicamos estas frases que tal vez son poca cosa, pero que la traducen, la expresan y sobretodo, son manifestaciones de afecto profundo de raíces en la tierra y alto de pensamiento en las nubes que como buenos hijos sentimos, queremos y pensamos por esta tierra que nos vio nacer.»

“Diario del Aire”, radioperiódico de informaciones, difunde en Guatemala,

...primavera de América.
...que debe amarse como el ave al nido.
...tierra de sol y de montaña.
...país de heroica juventud.
...abuela de cuatrocientos años.
...hada madrina del quetzal.
...imán de estrellas en las noches claras.
...país de la tercera imprenta de América.
...donde el año tiene doce abriles.
...tierra nuestra, patria del quetzal.
...rica por los frutos que regala.
...que prados embellece florecidos.
...perlada de lluvia en tardes de abril.
...madre de las lluvias, abuela de los ríos navegables.
...libro de estampas estampado en piedra.
...música de agua en cada plaza.
...pascua de quiebracajetes.
...bajo sauce de lluvia en estos días.
...sonrisa del trópico.
...sábana de nubes en las sábanas azules.
...vestida de novia con flores de izote.
...telar de celajes.
...vestida de hermosura y luz no usada.
...tertulia terrestre en lagos azules.
...abanderada de azul y blanco.
...tierrita regrande, rebuena, rechula.
...la de la voz morena.
...tierra de paz entre el azul del cielo y el azul del mar.
...portada hermosa de América Central.
...han de estar y estarán que tiene una ciudad de cuatrocientos años.
...madre de la sonrisa.
...flor de pascua en la cintura de América.
...de claros horizontes y azules altos montes.
...dulce, cara patria.
...origen y encanto de mi vida.
...novia del sol.
...lluvia, savia, sangre y sol.
...paloma blanca en nido de esmeralda.
...país donde se justifica la profunda mitología forestal.
...acero en paz de alondra.
...güipil de abril y tocoyal de mayo.
...sol de maíz en las mazorcas.
...tierra que son lazos, pueblo que son gritos.
...país de asidua primavera.
...país de mágica belleza.
...tierra hospitalaria, rica y franca.
...suelo vivo de los mayas.
...ramo de flores, cesto de frutos, alba de pájaros que cantan.
...país con cielo eternamente azul.
...volcanes indios, montañas mengalas, ciudades españolas.
...águila cautiva, galibal de los cakchiqueles.
...país donde floreció la cultura maya.
...nota de marimba que se bate en jícaras.
...una y varia.
...vestida de lluvia con ojos de cielo.
...jocotal de guardabarranca.
...que esconde más tesoros arqueológicos que el Valle del Nilo.

martes, 30 de mayo de 2017

Declaración POPOL VUH Libro Nacional de Guatemala

Declárase el Popol Vuh el Libro Nacional de Guatemala

Palacio Nacional; Guatemala, 30 de mayo de 1972.

El Presidente de la República.

CONSIDERANDO:

Que, entre los fines culturales que se ha determinado llevar a cabo el Gobierno de la República, está, con carácter fundamental la difusión y la exaltación del libro;

CONSIDERANDO:

Que el año 1972 ha sido proclamado el Año Internacional del Libro, por la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura -UNESCO-;

CONSIDERANDO:

Que el Popol Vuh representa de suyo el libro que configura y sigue configurando espiritual y culturalmente a nuestra patria y que, desde el punto de vista universal, representa una de las más valiosas reliquias del pensamiento aborigen,

POR TANTO,

Y en uso de las facultades que le confiere el inciso 4o. del artículo 189 de la Constitución de la República,

ACUERDA:

Artículo 1o.- Se declara el Popol Vuh el Libro Nacional de Guatemala.

Artículo 2o.- El Gobierno de la República, por medio del Ministerio de Educación, pondrá en obra la reproducción impresa, en edición facsimil, con carácter de homenaje, el texto manuscrito del Popol Vuh.

Artículo 3o.- Se delega en el Ministerio de Educación el cumplimiento del presente Acuerdo, el cual entra en vigor inmediatamente.

Comuníquese,

ARANA O.

El Ministro de Educación
ALEJANDRO MALDONADO AGUIRRE

(El Guatemalteco, 12 de junio de 1972)




Bran Azmitia: “Recibo el corazón palpitante de nuestra nacionalidad”

“Recibo en mis manos el corazón palpitante de nuestra nacionalidad”, expresó ayer el periodista Rigoberto Bran Azmitia, director de la Hemeroteca Nacional, cuando en nombre del historiador Arturo Valdez Oliva -director del Archivo nacional- recibió de manos del ministro de Educación el microfilm del manuscrito original del Popol Vuh que momentos antes obsequiara el embajador de los Estados Unidos.

Luego agregó Bran Azmitia: “Se ha dicho que somos un pueblo de indios. ¡Pero qué orgullo se siente al pararse al pie de las pirámides de Tikal y ver cómo nuestros antepasados mayas se adelantaron a los griegos y encontraron la escala perfecta para construir los primeros rascacielos de este continente!”.

Previamente el licenciado Alejandro Maldonado Aguirre, ministro de Educación, había pronunciado un preve discurso, en el cual explicó que cuando la Conferencia general de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, estableció 1972 como año internacional del libro, el ministerio de Educación consideró que había llegado el momento de proclamar el libro nacional de Guatemala.

Luego dijo que tan pronto como la idea de establecer el libro nacional de Guatemala se hizo patente, vivos escrúpulos rondaban por todos nosotros. Era de urgencia desligar de todo influjo particular, dijo, el olvidar gusto personal o afectos, nacidos al calor de un entusiasmo fuertemente subjetivo. Y en esa inquietud, dentro de esa desconcertante incertidumbre surgió, a manera de una imagen dominante y avasalladora, el nombre del Popol Vuh.

El Popol Vuh, añadió, representa (de acuerdo con la frase del investigador del siglo pasado, profesor Brancroft) la más valiosa reliquia del pesamiento aborigen. Y por lo que atañe al manuscrito (tal y como se encuentra en la biblioteca Newberry, de Chicago) el Popol Vuh liga -espiritual y formalmente- dos culturas. A un lado de la página aparece el texto en lengua quiché; al otro, y dándole frente, la traducción del padre Ximénez, en lengua castellana. Y si deseamos ahondar en esta duplicidad cultural y espiritual que advertimos, dijo, no tenemos más que pensar en el llamado manuscrito de Chichicastenango (perdido y que sirvió de base a la copia del padre Ximénez). En él están, en su forma más tensa y viva, abrazadas las dos culturas. La forma oral quiché, no acostumbrada a la representación gráfica fonética, encuentra acomodo y morada formal y permanente para el Popol Vuh en los hábitos grafémicos del español escrito.

La grafía del castellano salvó esta obra que, de lo contrario, se hubiera perdido en el inmenso pozo del olvido. La memoria grafémica del español, que a su vez está ligada a la cultura occidental, descubre al mundo la gran joya literaria de lo que podemos llamar literatura de los pueblos americanos anteriores a la conquista.

(El Gráfico, 22 de junio de 1972)



lunes, 15 de mayo de 2017

Game of Thrones: La Historia de Tikal


Si alguna ciudad del periodo clásico podría considerarse capital del mundo maya, es Tikal. Tikal está en la cuenca del Petén al norte de Guatemala. Las estimaciones de su población varían, pero lo más seguro es que tuviera alrededor de 90,000 habitantes. Tikal estuvo ocupada por 1,500 años, del 600 a.C. Al 900 d.C., y los arqueólogos saben de por lo menos 33 gobernantes de una dinastía local. Luego, Tikal fue repentinamente abandonada, sin señales de guerra o rebelión interna. La gente simplemente se fue, y la jungla se tragó a Tikal por más de 1,000 años.

El primer registro oficial de Tikal es de 1848, cuando Ambrosio Tut y Modesto Mendez reportaron su existencia. Sin embargo su reporte no fue publicado sino hasta 1853, y exploradores pioneros como Stephens y Catherwood, nunca tuvieron oportunidad de ver Tikal.

Luego, en 1880, el explorador Alfred Maudslay tomó las primeras fotos de Tikal. Maudslay ubicó cinco enormes pirámides y docenas de otras más pequeñas, y muchos monumentos esculpidos. Los proyectos de la Universidad de Pensylvania en los años 50 y 60s encontraron más estructuras, incluyendo enormes calzadas y reservorios.

En los años 90s el arqueólogo guatemalteco Juan Laporte descubrió la arquitectura más antigua de Tikal en un sector que los arqueólogos de la Universidad de Pensylvania habían llamado “Mundo Perdido”. En el centro del área estaba una pirámide principal con cinco etapas distintas de construcción. La más antigua era del año 600 a.C. Para el 200 d.C., los consturctores ya habían terminado la última etapa, que alcanzó una altura total de 30 metros.

Juego de Tronos

La historia escrita de Tikal empieza con el noveno gobernante, Jaguar Foliado. Aparece en la estela 29 con su vestimenta completa; en la parte de atrás de la estela hay una sola fecha de la cuenta larga, 6 de julio de 292 d.C. Jaguar Foliado viste un penacho enorme y sostiene un cetro de serpiente bicéfala, un símbolo de autoridad maya. Esta estela del año 292 es la primera descripción de un cetro de serpiente bicéfala.

Los gobernantes 11, 12 y 13 aparecen en pocos textos aislados, sin más que la anotación de sus ancestros. El gobernante 12 causa interés porque algunos académicos creen que Unen B'alam era mujer, haciéndola la más antigua reina maya conocida. Su hijo gobernó hasta el 359, y luego el poder pasó a un hombre llamado Garra Jaguar.

Fue durante el reinado de Garra Jaguar que Tikal se volvió ya una ciudad importante del periodo clásico. Una clave para el exito del gobernante fue su nueva relación comercial con la poderosa y lejana ciudad de Tehotihuacán al oeste. Pero más adelante cambió la suerte de Garra Jaguar y con ella la de Tikal.

La relación de Garra Jaguar con Teotihuacán trajo al guerrero Siyaj Kak el 15 de enero de 378. Los textos indican que el era emisario del gobernante de Teotihuacán, un hombre llamado “Buho Lanzadardos”. El texto también indican que ese mismo día, el gobernante de Tikal, Garra Jaguar, murió. Lo que ocurrió después no solo cambio a Tikal sino a todo el mundo maya.

El hijo de Buho Lanzadardos, un príncipe teotihuacano llamado Cocodrilo Primero, ascendió al trono de Tikal. Extrañamente, la arqueología no encuentra invasiones o guerras durante este tiempo. Garra Jaguar fue enterrado con honores, y su palacio permaneció intacto por el resto de la historia de Tikal.

Se construyó una plataforma del estilo teotihuacano talud-tablero al centro de la plaza del Mundo Perdido. Arriba había un glifo del “Buho Lanzadardos”. Otra estructura de talud-tablero se construyó cerca del corazón de la ciudad, normalmente llamada la "embajada teotihuacana". Ambos edificios estaban decorados con los símbolos teotihuacanos para Venus y Tlaloc, el dios de la lluvia que usa anteojos.

La evidencia que se encuentra en todo Petén indica que Buho Lanzadardos estaba efectivamente ejerciendo poder militar sobre sus vecinos a través de Siyaj Kak. El nombre de Siyaj Kak aparece en varias ciudades cercanas, incluyendo Uaxactún. Uaxactún empezó siendo aliado pero un monumento que menciona a Siyaj Kak se instaló frente a un templo. Debajo del templo se encontraron los cuerpos asesinados de la familia gobernante, incluyendo mujeres y niños.

El hijo de Cocodrilo Primero ascendió al trono de Tikal en 411, y la ciudad adoptó una identidad más maya. El monumento de su asención señala su poder. No muestra a nadie poniéndole la corona; lo muestra a el mismo coronándose. Presidió la importante fecha del noveno baktún en 435. Muchas otras dinastías mayas empezaron aproximadamente al mismo tiempo, y todas eran aliadas de Tikal.

Al comienzo del noveno baktún, la suerte de Tikal estaba mejorando, su influencia crecía rápidamente, y su control sobre las ciudades vecinas era absoluto. Sin embargo, esto no duró siempre. Otra gran ciudad al norte estaba tramando un complot contra Tikal. Inclusive después de la muerte del nieto de Buho Lanzadardos, el reino de Calakmul estaba en auge.

Calakmul en sus mejores días era aún más grande que Tikal. Aún cuando Tikal estaba extendiendo su reino, también lo hacía Calakmul. El centro ceremonial de Calakmul eran dos enormes pirámides y más de 110 estelas. Una evaluación de su periferia ubicó más de 6000 edificios.

El gobernante de Tikal, Pecarí Precioso, hizo guerra con Calakmul. Durante la vida de los siguientes gobernantes de Tikal, el destino de la ciudad cambió para mal.

Luego de la muerte del gobernante de Tikal en 508, una mujer ascendió al trono; la participación de una mujer gobernante podría indicar problemas con la sucesión dinástica. Los problemas de Tikal se agravaron con el siguiente gobernante, Doble Ave. En el año 553, fue testigo de la asención del nuevo gobernante de Caracol. Caracol era obviamente parte del reino de Tikal, pero luego, tres años después, Tikal atacó a Caracol en lo que se llama una “Guerra de Estrellas”.

Las “Guerras de Estrellas” mayas se representaban con el símbolo de Venus sobre la Tierra, una caparazón, o la ciudad que estaban atacando. Para los griegos Venus era un símbolo de amor, pero en mesoamérica, Venus estaba asociado con la guerra. Puede ser que los mayas programaban sus guerras para coincidir con la aparición de venus como Lucero de la Mañana.

Resulta que las élites de Calakmul habían estado casando a sus hijas en la región de Tikal, debilitando la autoridad de Tikal. Las ciudades mayas luego tomaron partido en una guerra regional entre Tikal y Calakmul. En 562, solo nueve años después de que Tikal asistiera a la asención de Caracol, los guerreros de Caracol invadieron Tikal y la saqueraron.

Esto hizo que las ciudades mayas en el Petén se aliaran a Calakmul. En Tikal, empezó un hiato de 130 años, en el que a sus habitantes no se les permitió la edificiación de un solo edificio o monumento. Calakmul estaba controlando a Tikal, pero permitió a Tikal continuar su línea dinástica de gobernantes.

Aquí hay una curiosa característica maya. En Europa, las guerras eran por controlar tierra y recursos. Cuando una ciudad vencía a otra, los conquistadores ponían su bandera sobre el territorio conquistado. Este no era el caso en la región maya. Estos pueblos peleaban por otra cosa distinta a la tierra, muy probablemente, se disputaban el acceso a los favores y poderes sobrenaturales de los dioses.

El poder de un gobernante estaba en su habilidad de comunicarse con sus ancestros en el otro mundo. Aunque los ancestros de los mayas comunes vivían en Xibalbá, el inframundo, los ancestros de los gobernantes subían al cielo y vivían entre los dioses. Lo que Calakmul quería era el poder sobrenatural de Tikal, no su tierra o riqueza. Los conquistadores querían el acceso a los dioses, no los dioses teotihuacanos sino los dioses mayas.

Calakmul eventualmente organizó la división de la familia gobernante de Tikal y estableció una nueva ciudad, Dos Pilas. Pero cuando Dos Pilas inició a realizar ceremonias de sangre para comunicarse con los ancestros de Tikal en nombre de Calakmul, fue la gota que derramó el vaso. Tenían que pelear. Tikal sometió a Dos Pilas por cinco años. Pero luego intervino Calakmul y repelió a Tikal.

El 5 de agosto de 695, Jasaw Chan Kawil, el libertador de Tikal, venció a Calakmul en combate. Aunque Jasaw siguió su carrera de guerrero, su enfoque fue la reconstrucción de Tikal. La ciudad no había podido construir templo en 130 años. Durante el reinado de Jasaw, se construyeron las famosas y enormes pirámides de Tikal que conocemos hoy en día.

Uno de los aspectos más reveladores de la victoria de Jasaw es como se describió el mismo más adelante; se mostraba en el uniforme de un guerrero teotihuacano. Por primera vez en 130 años, un gobernante de Tikal podía mostrar su herencia teotihuacana.

Si Jasaw fue la liberación de Tikal, su hijo, Yikin Chan Kawil, fue su venganza. Pasó todo su periodo atacando a las ciudades que habían traicionado a Tikal en el siglo VI. Construyó un templo enorme de 64 metros de altura, el más grande del periodo clásico, y decididamente puso a Tikal nuevamente al mando de la región.

También podemos atribuirle a Yikin la construcción de la mayoría de calzadas y reservorios. Los reservorios son una muestra clara de la habilidad ingenieril de los mayas. Las recubrían con argamasa de caliza para retener el agua. Las plazas estaban desniveladas 1 grado, imperceptible al ojo humano pero suficiente para que sirvieran como enormes recolectores de agua.

El último gobernante de Tikal, el número 33 de la línea dinásticas, fue llamado Jasaw Chan Kawil en un obvio intento por traer el poder de días pasados. Una sola estela de el fue erigida en la plaza central en el año 869. Poco tiempo después, Tikal fue abandonada y tragada por la selva, para no volverse a ver por 1,000 años.

sábado, 13 de mayo de 2017

La Posición de una Partícula en una Ola


La posición de una partícula individual (en rojo) en una ola.

La partícula se mueve arriba y abajo cuando la ola se mueve de izquierda a derecha. Cada partícula de agua en la ola se mueve en un círculo. La energía se desplaza, la partículas permanecen casi en el mismo lugar.

viernes, 14 de abril de 2017

RESUMEN de la novela BEN-HUR de Lew Wallace

La novela de Lew Wallace ubica la historia de Judá Ben-Hur, un pudiente principe judío injustamente condenado a la esclavitud y despojado de su herencia, en los tiempos del nacimiento, ministerio y crucifixión de Cristo. Amargado por la traición de Mesala, su amigo romano, y molesto por lo que percibe como la arrogancia de Roma, Ben-Hur se va dando cuenta de que el reino ofrecido por Jesús, el Mesías obrador de milagros, es espiritual y no político.

La novela inicia con la reunión de los Tres Reyes Magos.  En el año romano 747, tres viajeros — un ateniense, un hindú y un egipcio — se encuentran en el desierto a donde han llegado guiados por una nueva estrella que brilla fuerte en el cielo. Gaspar, el griego, ha concluido a través del estudio y los filósofos de su país que cada ser humano tiene un alma inmortal y que hay un Dios. Melchor, el hindú, es movido a compasión por amor a los desposeídos. Baltasar, el egipcio, hace buenas obras. Luego de contarse sus historias, continúan su viaje buscando al recién nacido Rey de los Judíos. La experiencia espiritual de cada uno los lleva a Belén, a la cueva donde nació Jesús.

En Jerusalén, su búsqueda causa curiosidad al Rey Herodes, que ordena que los lleven con él. Herodes les pide que le avisen si encuentran al niño, porque el también desea adorar al niño cuyo nacimiento ha sido anunciado. Al llegar a Belén los tres hombres encuentran al niño en un establo. Pero habiendo sido advertidos en sueños de las malas intenciones de Herodes no regresan a contarle la ubicación del bebé.

El tiempo se adelanta veintiún años. En ese tiempo vivían en Jerusalén tres miembros de una familia judía antigua y renombrada llamada Hur. El padre, que había muerto hace tiempo, se había distinguido por su servicio al Imperio Romano y en consecuencia había recibido muchos honores. El hijo, Ben-Hur, es bien parecido, y la hija, Tirsa, también es hermosa. Su madre es una nacionalista ferviente que les ha cultivado en sus mentes un fuerte sentido de orgullo en su raza y cultura. Ben-Hur se encuentra con Mesala, su amigo de la infancia, luego de que este pasara cinco años estudiando en Roma en los que empezó a perder respeto por los dioses y la religión. Mesala se había puesto arrogante, malvado y cruel. Ben-Hur se retiró triste de la casa de Mesala luego de su reunión al ver que Mesala había cambiado y no valía la pena seguir siendo amigos.

Lastimado y molesto por el cinismo pragmático de Mesala, Ben-Hur regresa a la mansión de la familia, donde su madre trata de animarlo hablándole de la historia y logros judíos. Sin embargo, la bondadosa familia Hur — madre, hijo, hermana Tirsa y Amrah la sirvienta — es destruida cuando Ben-Hur, observando el desfile del gobernador romano de Judea, accidentalmente zafa una teja que golpea al romano y lo bota del caballo. Mesala señala a Ben-Hur de intentar matar al gobernador. Encabezados por Mesala, que entregó a su antiguo amigo a los solados, los romanos arrestaron a la familia Hur y les confiscaron sus bienes. Condenado a las galeras es llevado al puerto por un batallón de soldados romanos. En una pequeña aldea llamada Nazaret, el exhausto prisionero recibe agua del hijo de un carpintero del lugar, Ben-Hur nunca olvidará su rostro amable.

Lo asignan a remar en la nave de Quinto Arios, el romano a cargo de acabar con los piratas que navegan el este del Mediterráneo. Un día, mientras remaba en su lugar habitual en la galera, Ben-Hur llama la atención de Quinto Arios, un oficial romano. Quinto se da cuenta de la juventud y carisma de Ben-Hur y decide concerlo más. Ordena que el joven judío no sea encadenado a su remo antes de enfrenar a los piratas, facilitando así que Ben-Hur le salve la vida cuando la galera es embestida. En gratitud, Quinto adopta a Ben-Hur y lo hace su heredero.

Instruido como un ciudadano romano, Ben-Hur hereda la riqueza de su padre adoptivo cuando Quinto muere. Acomodado y libre, Ben-Hur visita la decadente ciudad de Antioquía, donde encuentra a Simonides, un antiguo trabajador de su padre que se ha vuelto un comerciante inmensamente rico, utilizando dinero de la familia Hur que los romanos no pudieron encontrar y confiscar. Efectivamente, la riqueza de Simonides es en realidad la de la familia Hur, porque ha estado actuando como repreentante de su fallecido amo. Simonides se asegura de que Ben-Hur de verdad sea el hijo de su antiguo amo y le ruega poder servirle a él también. Ben-Hur se enamora de la hija de Simonides, Ester.

Acompañado de uno de los sirvientes de Simonides, Ben-Hur va a buscar un pozo famoso a las afueras de Antioquía. Ahí encuentra a un anciano egipcio que le está dando de beber a su camello, en el que va sentada la mujer más hermosa que Ben-Hur ha visto. También encuentra a Mesala, que competirá en la carrera de cuadrigas, el evento principal de los juegos de Antioquía. Mientras observa, una cuadriga se desboca hacia la gente que está por el pozo. Ben-Hur toma al caballo principal por el freno y jala la carroza a un lado. El cuadriguero es su mal amigo, Mesala. El viejo egipcio es Baltazar, uno de los magos de oriente que habían viajado a Belén. La hermosa mujer era su hija, Iras. Ben-Hur es reclutado por el jeque Ilderim, un líder nómada del desierto y dueño de unos espléndidos purasangre, como su cuadriguero. Ben-Hur decide dar una lección a Mesala venciéndolo públicamente y haciéndolo perder toda su fortuna en la carrera. Pide a Simonides y su amigos que apuesten en grande en la carrera, hasta que Mesala haya apostado toda su fortuna.

Llega el día de la carrera. En la vuelta, Mesala golpea de repente con su látigo los caballos de la carroza de Ben-Hur. Ben-Hur consigue mantener bajo control a sus caballos y luego en la última vuelta pone su carroza tan cerca de la de Mesala que se traban las ruedas. Mesala choca su carroza. Mesala cae bajo los caballos y queda lisiado de por vida. Como Mesala intentó hacer trampa al principio, los jueces le dan la victoria a Ben-Hur. Mesala queda arruinado, sobrevive, pero se ha quebrado la columna y no tiene ni un centavo. Ben-Hur ha logrado la venganza que tanto anheló, pero aún no sabe qué fue de su madre y su hermana, que fueron arrestadas luego de que la teja golpeara al gobernador romano.

La historia ahora pasa a Jerusalén. Recientemente Poncio Pilato ha sido nombrado procurador y ordenó la inspección de todas las prisiones y sus prisioneros. Luego del arresto de Ben-Hur, su madre y hermana fueron puestas en prisión, y Mesala y el procurador confiscaron y se repartieron los bienes entre sí. Mesala no supo ya nada de las dos mujeres después de que el procuraron ordenara su encarcelamiento en un calabozo subterránero. Descubren que un calabozo especial en la Fortaleza Antonia tiene dos leprosas en muy mal estado, madre e hija, las cuales son liberadas. La madre de Ben-Hur y Tirsa visitan su antigua casa y ven a su hijo y hermano recién llegado que duerme en las gradas. Temerosas de infectarlo, se van desconsoladas de ahí. No tenían a dónde ir más que a las cuevas a las afueras de la ciudad donde los leprosos van a morir. Amrah, su antigua sirvienta, se entera de que viven y de su condición y les lleva agua y comida todos los días. La antigua sirvienta las encontró y les llevaba comida a diario, bajo el juramento de nunca revelar sus nombres. Cuando Ben-Hur se encuentra con la antigua sirvienta, ella le hace creer que su madre y hermana murieron. Mientras tanto, Simonides, en representación de Ben-Hur, compra la casa de Hur. El, Ester, Bltazar e Iras se instalan en la casa. Ben-Hur solo puede visitarlos de noche y en secreto.

Las aventuras de Ben-Hur acontecen en un pueblo derrotado, que resiente ferozmente el dominio extranjero y añora un Mesías que los libere. De Baltasar, Ben-Hur se entera de que el Rey de los Judíos al que el Egipcio y sus acompañantes visitaron años atrás no es un rey político, sino uno espiritual. Simonides, sin embargo, convence a Ben-Hur de que el prometido rey liberará verdaderamente a los judíos con una victoria sobre los romanos. Ben-Hur en un principio apoya la esta interpretación y en secreto entrena legiones de galileos para apoyar al rey de los Judíos cuando aparezca. Sin embargo, en Betania un hombre extraño vestido en pieles de camello, presenta a un joven delgado y simpático como el Cordero de Dios. Un día pasa cerca del lugar de los leprosos por un monte más allá de las puertas de la ciudad. En el camino encuentra a un muchacho al que reconoce fue el que le hace años le dio agua para beber cuando lo llevaban de esclavo. El muchacho es el Nazareno y decide seguirlo y conocerlo. Después le cuenta a Simónides y a Baltazar los milagros que vió, incluyendo la sanación de leprosos. Escuchando esto, la devota Amrah lleva a su antigua patrona y a Tirsa a Jesús cuando este entra triunfalmente a Jerusalén. Al ver la fe de la madre, las sana y Ben-Hur ve a las dos leprosas transformadas en su madre y hermana.

Todavía esperando una rebelión militar, Ben-Hur sigue los pasos del Nazareno. Presencia la traición en el Getsemaní y luego la crucifixión. La actitud de Ben-Hur hacia el Rey de los Judíos va cambiando paulatinamente. Cuando presencia la crucifixión, en compañía de Simonides y el viejo Baltasar, todas sus dudas quedan resueltas. Las palabras que Jesús le dice al ladrón arrepentido — “Verdaderamente te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso” — finalmente le permiten ver la verdadera naturaleza de Cristo. Se convence de que el reino del Cristo es uno espiritual. Desde ese día, él y su familia son cristianos.

Algunos años después, en el hermoso pueblo de Miseno, la esposa de Ben-Hur, Ester, recibe la extraña visita de Iras, la hija de Baltasar. Iras le cuenta a Ester que mató a Mesala por el daño que le causó. Cuando Ben-Hur se entera de su visita, se da cuenta de que el día de la crucifixión, el día que Baltasar también murió, Iras se había ido con Mesala.

Ben-Hur lleva su fortuna a Roma donde vive feliz con Ester y sus dos hijos. El y Simonides dedican sus fortunas a la causa de Cristo. Cuando Nerón inicia la persecusión de los cristianos en Roma, es Ben-Hur el que construye las catacumbas debajo de la ciudad, para que los que creen en el Nazareno puedan adorarlo en un lugar seguro y en paz. Es decir, es clave para la sobrevivencia del cristianismo y su eventual triunfo.

 

SEMANA SANTA — La Edad de Cristo


Es razonable pensar que si Jesús de Nazaret “comenzó su ministerio” cuando tenía “unos 30 años de edad” (Lucas 3:23) y tuvo un ministerio de tres años (Juan menciona por lo menos tres pascuas), entonces tenía 33 años al momento de su muerte. Sin embargo, una lectura más minuciosa del texto nos muestra otros detalles. Jesús nació antes de que Herodes el Grande decretara la ejecución de “todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores” (Mateo 2:16) y antes de que Herodes muriera en el año 4 a.C. Si Jesús nació en el 5 ó 6 a.C., y si recordamos que el año 0 entre a.C. y d.C no se cuenta, entonces Jesús habría tenido 37 ó 38 años cuando murió en el 33 d.C. Sabemos que la Semana Santa ocurrió en el año 33 d.C. porque Juan el Bautista inició su ministerio en el año 29 d.C. (Lucas 3:1) y Jesús celebró cuatro pascuas posteriormente (Juan 2:13, 5:1, 6:4 y 11:55). La pascua judía del año 33 d.C. ocurrió el 3 de abril, dia viernes previo al día de reposo, fecha en la que además hubo eclipse de luna. Aún si hubiera muerto en el año 30 d.C., como también se ha dicho, habría tenido 34 ó 35 años al momento de su muerte y no 33 como generalmente se afirma.

miércoles, 5 de abril de 2017

Miguel Ángel Asturias / Maladrón


Al final del verano, entre la tempestad de hojas secas que el viento del Norte arrebata, muele contra las piedras y reduce a polvo, hojarasca con todos los movimientos del alacrán que se quema, cada hoja sedienta se enrolla sobre el pedúnculo para pincharse y morir; al final del verano, entre la pavesa del sol y la tostadura de la helada, campos y montes marchitos devorándose en la perspectiva de ocres, jaldes, amarillos, parduzcos; al final del verano sólo queda verde la gran cordillera flotante como nube sembrada de aéreos pinos, cipreses voladores y cumbres de cuya celsitud no dan cuenta nieves eternas, que si al Sur, de los nevados andinos baja el deshielo en cascadas de agua fúlgida y celeste espuma, aquí la nevada de esmeraldas se derrite en primavera de verdor inapagable, verdor de bosques, verdor de pájaros augures, verdor de sabandijas, verdor de aguas y verdor de piedras.

La cordillera de los Andes Verdes, hay para envejecer sin recorrerla toda, confina con regiones cavadas por ríos subterráneos en cuevas retumbantes, volcanes de respiración de azufre, colinas tibias en las que habitan parte del año, huyendo de los vientos que enfrían los pulmones, las familias de los Señores, y a través de leguas y leguas de llanura, colinda con los pueblos nutricios que dan cosechas de tierra fría y tierra caliente en la boca de la costa, y más allá de nieblas y anegadizos, con el mundo sin tiempo del lacandón y el mono, y en alguna parte con la misteriosa Xelajú, chopo y silencio desde la muerte del Guerrero Amontonador de Plumas Verdes, en la batalla de la sangre que se heló sobre los pedregales escarchados, para correr, en calentando el sol, por arroyos de rubíes como si sangrara todo el suelo herido.

Sangra todo el suelo herido. Hombres ocultos en caparazones de tortuga, tortugas con cara humana, y otros aún más extraños a horcajadas sobre venados monstruosos, clinudos, sin cuernos, colilargos, combaten con tigres, águilas, pumas, coyotes, serpientes, que también son hombres. Batalla de estampa. Lámina de códice. Choque de dioses, mitos y sabidurías. Quelonios gigantes cubiertos de cruces de Santiago, cruces de empuñaduras de espadas, cruces de escapularios, cruces de palosanto, enfrentan el remolino de cueros tronadores que cubren a los hombres-tigres-pumas-águilas-coyotes-serpientes. Pero el combate ritual cesa de pronto, la ceremonia se torna escaramuza, la escaramuza arrebato y el olor de la sangre caliente, bermellón en chorro apresurado sobre las carnes vulnerables de los que combaten desnudos, precipita la batalla. Ciegos, enloquecidos, feroces, luchan en un cuerpo a cuerpo, sin retroceder ni avanzar, entre el polvo, los escudos, las rodelas, los penachos, la tempestad mágica de los arco-iris de plumas, el lloro animal de las piedras al despegarse de las hondas de pita, las chispas de los arcabuces, las varas tostadas, las espadas de dos y cuatro filos, los tambores, los caracoles, los atabales, los gritos de los que trenzados en aquel cuerpo a cuerpo, ni retroceden ni avanzan. Manos, cabezas, brazos, piernas, al cercén de filos tajantes o machacados con macanas de espejo. Rematar allí mismo. Acabar allí mismo. Dedos, uñas, dientes, plumerías, cadáveres, aceros, sol granizo, cielo profundo, desierto de sal azul. La sangre huye de los muertos helados. Huye caliente y va enfriándose afuera, sobre la escarcha, la yerba, la arenisca de las faldas de los volcanes imantados hacia lo alto, pero ya la calentará de nuevo el sol y se pondrá en marcha por el río.

La Cordillera de los Andes Verdes, cerros azules perdidos en las nubes, va desde el silencio de aquel campo de quetzales muertos en batalla, hasta las cumbres de la tierra antigua de la tierra, los Cuchumatanes, entre la parla de los cazadores y el silbido de los llama-las-lluvias; entre el asalto de la tribu flechera, vegetariana y caminante y las siembras y resiembras de lo bello, flores sean dichas, de lo dulce, frutas sean dichas, dicha sea todo: el cultivo de los cereales y las artesanías de hilo, maderas pintadas, utensilios de barro, instrumentos musicales y jícaras dormidas en nije. La primera tierra que descubre el navegante, desde la Mar del Sur, es ésta. La contempla extasiado. Es la nube terrenal en que nace el maíz. El primer grano de maíz que hubo en la tierra. El puma rosado se refugia en sus colinas antes de bajar el tiempo del cielo. Tempestades blancas. Rebaños de témpanos de hielo. Costas y majestad de mar cubierto por glaciares. Espumas salobres y borrascas de látigos de nieve, antes de bajar el tiempo del cielo al fruto, edad del árbol, del cielo al trino, edad del pájaro, del cielo a la palabra, edad del hombre. Libertad del primer pino. Saca los brazos de la ventisca, verdinegro nocturno, lunar, seguido de otro, y otro, y otro pino. Pinos y cipreses van a la par por los repechos, se dan las ramas para apoyarse unos a otros al saltar por los barrancos, forman grupos en las colinas, se reparten en las mesetas, se apretujan en las barrancas, se separan en las quebradas y en fila india trepan hacia las cimas y se detienen a contemplar, desde lo más alto de los Andes Verdes, bajo el cielo añil profundo, los volcanes enpenachados de humo, la plata jabonosa de los ríos y los lagos de níqueles brillantes.

Caibilbalán, Mam de los Mam, sale de la noche agujereada de luceros e inicia, al lucir el alba, acompañado de sabios y nahuales que visten nubes de algodón, la ceremonia de la llamada del invierno. Lleva en la mano diestra el silencio y en la otra el ruido torrencial del aguacero. Por un filo de piedra corre a lo largo de una de las más altas peñas de las ciudades abismales, se desliza, sin parpadear, sin respirar, sin habla, y se aproxima a un peñascal que tiene la forma de una inmensa oreja colgada en el vacío. El tiempo de juntar los labios entre el cielo y y emitir un silbido que remata el monosílabo ¡chac!...

¡Chac, chac, chac!... repite el eco en la gran oreja de metales tempestuosos, mientras regresa el silbido en forma de hilo de agua, cristal culebreante que corre a despertar a los llama-las-lluvias, pajarillos que entre silbo y lloro reclaman con sus trinos la venida del invierno.

—¡Agua reptil de Caíbilbalán, Mam de los Mam —saludan los sabios y nahuales—, agua celeste, agua de los doce cielos, agua que cansada de correr se junta con los grandes ríos y ciega a los peces incógnitos para facilitar su pesca con flechas de punta de piedra!

—¡Chac, chac, chac ..! —repiten los Ancianos. Lenguas Supremas de las tribus.

—¡Agua reptil de Caibilbalán, Mam de los Mam —saludan los del séquito privado, los que guardan las puertas, los que guardan las gradas de las mansiones y los templos—, agua que entre los pinos suena a cascabel, agua que encierra a los pájaros de garganta musical o plumaje precioso, en jaulas de hilitos de lluvia!

¡Chac... chac... chac ...! corean los Alarifes Alados, constructores, ornamentadores, dueños de la greca y el número.

—¡Agua reptil de Caibilbalán, Mam de los Mam —saludan los capitanes— tras fisguear sobre la tierra, corre subterránea humedeciendo raíces que alimentan sustentos de vida y embriaguez!

Un Agorero se adelanta al oleaje de sus palpitaciones, de su respiración, de su ser dejando de ser siempre, abre un libro trenzudo de hojas de tabaco, en las que salpicaduras frutales regaron escritura misteriosa, y lee:

—¡Agua reptil de Caibilbalán! ¡Agua de disolver universos! El espinillo, sin hojas, castigado y oculto, asiste al encuentro de todos los colores con el color del alba. Los pájaros sin ojos oyen el paso del silbido acuático que corre hacia el mar, sin hacer caso de la arena que le anuncia el peligro, blanca, silábica y antigua. Grandes piedras, rostros quietos a la entrada de las cavernas solitarias, donde los helechos improvisan, para pasar la eternidad, tertulia de esmeraldas, ¿a quién pertenece el agua perdida bajo la tierra, navegación de astros y lunas, antes del equinoccio invernal? ¡Agua de los días ahumados! ¡Agua de las nubes que lloran con el vientre! ¡Agua! ¡Agua!...

Todos callan, cómo explicar lo que nunca sucedió en la mesa de las esmeraldas. Jamás dejó de acudir el agua de los doce cielos al llamado de Caibilbalán que ahora silba siete veces como serpiente, nueve veces silba como danta, trece veces silba como pájaro nocturno, sin conseguir una sola gota de agua.

Ligeros como ardillas trepan a los pinos más altos, los oteadores de horizontes. Las pupilas agujosas al Norte, al Sur, al Este y al Oeste. Ningún humo de guerra. Nubes. Nubes.

Piedras agujereadas llevan mensajes para la gente de la costa. Se echan a rodar desde las cumbres por ramblas preparadas estas piedras-correos de Caibilbalán. Apresuradamente, una tras otra. Y a la sombra de cocoteros y palmeras se leen sus preguntas escritas sobre cortezas vegetales. Dibujos trazados con uña de conejo dejan ver la figura del Mam de los Mam, Señor de los Andes Verdes, el silbido como una voluta saliendo de sus labios y seca la oreja de la peña.

No hay tiempo para la respuesta de los agoreros de la costa. Los teules, sin fuegos de guerra, avanzan cautelosos sobre los Andes Verdes. Todo un ejército, ochenta infantes y cuarenta de caballería, propiamente teules, españoles, y dos mil indios guerreros, fuera de los cargadores que conducen a lomo las municiones y el fardaje, de los gastadores que abren brecha con hachas y machetes, y de los lenguas que sirven de intérpretes, consejeros y brújulas.

Mal cálculo hicieron los teules ojos zarcos, pelo rubio, pellejo blanco—, se les adelantó el invierno. Los primeros aguaceros paralizan su avance. Los golpea el agua que no ven, cegados por la neblina, los golpea el agua que no oyen, ensordecidos por la altura, los golpea el agua que no sienten de tanto lloverles encima. Combaten contra un ejército de cristal armado del rayo, el relámpago y el trueno, árboles que caen, piedras rodantes, centellas y serpientes de fuego. Una mano huesuda, manga de armadura saca cruces del aire y se las pega en la cara. Otra mano huesuda, manga de sayal, saca cruces del aire y se las pega en la cara. Guerra de religión, no. Guerra de magias.