martes, 4 de marzo de 2025

La Prueba de Abraham: Fe, Justicia y la Revelación del Carácter de Dios

La Prueba de Abraham: Fe, Justicia y la Revelación del Carácter de Dios

por JOSÉ SAMUEL MÉRIDA,
Primera Iglesia del Nazareno, Guatemala, 2025.

Introducción

El relato de la Akedá (Génesis 22) ha sido interpretado de muchas maneras a lo largo de la historia, pero una lectura cuidadosa sugiere que su propósito no es simplemente probar la obediencia ciega de Abraham, sino revelar la verdadera naturaleza de Dios y el significado de la fe. Esta historia no solo desafía a Abraham, sino que también nos enseña que el Dios de Israel no es como los dioses paganos que demandaban sacrificios humanos, sino un Dios de justicia, misericordia y provisión.

1. El Llamado y la Prontitud de Abraham (Génesis 22:1)

El relato comienza con Dios llamando a Abraham, y su respuesta inmediata, "Aquí estoy", demuestra su disposición a escuchar y obedecer. Sin embargo, este llamado no es simplemente una prueba de obediencia; es el inicio de una experiencia que llevará a Abraham a comprender mejor la voluntad de Dios.

La historia nos muestra que el verdadero propósito de la prueba no es la ejecución de un acto brutal, sino la oportunidad para Abraham de profundizar en su comprensión de Dios. Al responder a Dios con prontitud, Abraham demuestra su disposición a seguir a Dios, pero la lección que aprenderá es que la fe no consiste en seguir órdenes sin cuestionarlas, sino en conocer y confiar en el carácter justo de Dios.

2. Un Mandato que Desafía la Justicia (Génesis 22:2)

Dios le ordena a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac, lo cual parece contradecir las promesas divinas y la moralidad misma. ¿Cómo puede un Dios justo exigir algo tan cruel? Este dilema es central en la historia, pues nos obliga a considerar que la verdadera fe no consiste en una obediencia ciega, sino en una confianza en que Dios nunca ordenará lo que es verdaderamente injusto.

Este mandato no es un reflejo de la verdadera voluntad de Dios, sino una prueba diseñada para que Abraham demuestre si realmente comprende que Dios es diferente de los ídolos paganos que exigían sacrificios humanos. La prueba no es solo para evaluar la fe de Abraham, sino para revelar la naturaleza de Dios como un Dios de justicia, no de muerte.

3. La Obediencia Activa y la Confianza en Dios (Génesis 22:3-5)

Abraham se levanta temprano y comienza el viaje, demostrando su disposición a cumplir el mandato. Sin embargo, cuando llegan al lugar del sacrificio, le dice a sus siervos: "Nosotros adoraremos y luego volveremos a vosotros." Esta declaración es clave, pues sugiere que Abraham, aunque dispuesto a obedecer, confía en que Dios proveerá una solución justa.

Esta confianza en Dios es la verdadera esencia de la fe. No se trata de aceptar cualquier orden sin cuestionamiento, sino de creer que Dios siempre actuará conforme a la justicia. Abraham no sabe exactamente cómo Dios resolverá la aparente contradicción entre Su promesa y Su mandato, pero cree que la naturaleza de Dios es coherente con Su justicia y amor.

4. La Pregunta de Isaac y la Respuesta de Abraham (Génesis 22:6-8)

Cuando Isaac pregunta dónde está el cordero para el sacrificio, Abraham responde: "Dios proveerá." Esta respuesta es una declaración teológica profunda. Aunque Abraham no entiende completamente cómo Dios va a actuar, confía en que el sacrificio humano no es el verdadero deseo de Dios.

Esta escena muestra que la verdadera adoración no está basada en rituales de muerte, sino en la confianza en la provisión de Dios. Aquí, la prueba de Abraham llega a su punto máximo: ¿cree verdaderamente que Dios es un Dios de justicia y misericordia? Su respuesta sugiere que sí, pues su fe no está en la orden literal que recibió, sino en el carácter de Dios.

5. La Intervención de Dios y la Revelación de la Prueba (Génesis 22:9-12)

Cuando Abraham está a punto de sacrificar a Isaac, el ángel del Señor interviene y lo detiene. En este momento, se revela la verdadera intención de la prueba: Dios nunca quiso el sacrificio de Isaac. La orden inicial no era más que un medio para demostrar que la fe no es obediencia ciega, sino el conocimiento de la voluntad de Dios.

Dios declara que ahora sabe que Abraham le teme, lo que no significa que Dios necesitaba aprender algo nuevo, sino que Abraham ha demostrado que confía en Dios más allá de una simple ejecución de órdenes. La fe de Abraham se ha perfeccionado porque ha comprendido que el Dios verdadero no demanda sacrificios humanos.

6. La Provisión del Cordero y la Confirmación del Carácter de Dios (Génesis 22:13-14)

Dios provee un carnero como sustituto para el sacrificio, reafirmando que Su voluntad no es la muerte de Isaac, sino la vida y la fidelidad. Abraham nombra el lugar "El Señor proveerá", confirmando que Dios siempre actúa conforme a Su justicia y misericordia.

Este acto prefigura la provisión definitiva de Dios en Cristo, pero más allá de su significado mesiánico, en el contexto de Abraham, subraya que Dios no es como los dioses paganos. No exige sacrificios humanos, sino un corazón que confíe en Él.

7. La Renovación del Pacto y la Recompensa de la Fe (Génesis 22:15-18)

Tras la prueba, Dios renueva Su pacto con Abraham, prometiéndole bendiciones y descendencia numerosa. Pero ahora, la relación entre Dios y Abraham ha sido profundizada: Abraham no solo obedece, sino que ha aprendido que Dios es un Dios de justicia.

Este desenlace confirma que el propósito de la prueba no era Isaac, sino la formación del carácter de Abraham y su comprensión de la verdadera naturaleza de Dios. A través de esta experiencia, Abraham ha aprendido que la fe no se trata solo de hacer lo que Dios dice, sino de conocer quién es Dios y confiar en Su carácter justo.

Conclusión

El relato de la Akedá no es una historia de obediencia ciega, sino una revelación del verdadero carácter de Dios. La prueba de Abraham no consistía en ver si estaba dispuesto a matar a su hijo, sino en demostrar si realmente confiaba en que Dios era justo y bueno. La intervención final de Dios confirma que Su voluntad no es el sacrificio humano, sino la vida, la fe y la justicia.

Este pasaje nos desafía a reconsiderar la naturaleza de nuestra propia fe. ¿Seguimos a Dios por temor o por confianza en Su justicia? La historia de Abraham nos invita a desarrollar una fe madura, basada no solo en la obediencia, sino en un profundo conocimiento de la bondad de Dios.

ANEXO - Historias de Prueba Moral y Resolución Providencial

A lo largo de la Escritura, encontramos un patrón recurrente: los justos enfrentan pruebas que parecen exigirles elegir entre la fidelidad a Dios y su propia seguridad, pero cuando confían en Él, descubren que la verdadera elección nunca fue entre obediencia y destrucción, sino entre fe y la ilusión del control humano.

Este patrón se repite, por ejemplo, en la historia de José en Egipto, Ester en la corte de Persia y Daniel en Babilonia. En cada caso, la prueba no es solo para el individuo, sino una revelación del carácter de Dios: un Dios que no abandona a los suyos, sino que, en el momento crucial, provee un camino inesperado.

1. Abraham e Isaac

  • Identidad en Dios: Patriarca elegido por Dios.
  • Prueba o Crisis: Sacrificar a Isaac, su hijo y heredero.
  • Falsa Dicotomía: Obedecer y perder a Isaac o desobedecer y fallar a Dios.
  • Decisión Basada en Fe: Confía en que Dios proveerá una salida.
  • Intervención de Dios: Detiene el sacrificio y provee un carnero.
  • Resultado Final: Isaac vive, y Dios reafirma Su justicia.
  • Revelación del Carácter de Dios: No exige sacrificios humanos, sino confianza.

2. José en Egipto

  • Identidad en Dios: Siervo fiel en tierra extranjera.
  • Prueba o Crisis: Rechazar la inmoralidad y ser castigado.
  • Falsa Dicotomía: Ceder y prosperar o resistir y ser castigado.
  • Decisión Basada en Fe: Prefiere la justicia y acepta la consecuencia.
  • Intervención de Dios: Usa la adversidad para exaltarlo.
  • Resultado Final: José asciende y salva a su familia.
  • Revelación del Carácter de Dios: Recompensa la fidelidad con justicia.

3. Ester en Persia

  • Identidad en Dios: Reina judía en la corte pagana.
  • Prueba o Crisis: Interceder por su pueblo y arriesgar su vida.
  • Falsa Dicotomía: Callar y salvarse o hablar y morir.
  • Decisión Basada en Fe: Enfrenta el peligro confiando en Dios.
  • Intervención de Dios: Le da gracia ante el rey y salva a su pueblo.
  • Resultado Final: Ester vence al enemigo y su pueblo es liberado.
  • Revelación del Carácter de Dios: Protege y actúa en favor de los suyos.

4. Daniel en Babilonia

  • Identidad en Dios: Profeta exiliado en un reino hostil.
  • Prueba o Crisis: Continuar orando y ser condenado.
  • Falsa Dicotomía: Obedecer la ley y vivir o seguir orando y morir.
  • Decisión Basada en Fe: Mantiene su fidelidad sin temor al castigo.
  • Intervención de Dios: Protege su vida cerrando la boca de los leones.
  • Resultado Final: Daniel es vindicado y Dios es glorificado.
  • Revelación del Carácter de Dios: Es soberano sobre reyes y naciones.

domingo, 9 de febrero de 2025

Explorando la Responsabilidad Divina y Humana en la Muerte de Jesús: Una Teología de la Cruz y la Resurrección

Explorando la Responsabilidad Divina y Humana en la Muerte de Jesús: Una Teología de la Cruz y la Resurrección

por JOSÉ SAMUEL MÉRIDA,
Primera Iglesia del Nazareno, 2025, Guatemala.

Pocas cuestiones en la teología cristiana han generado tanta reflexión como la muerte de Jesús. ¿Quién fue realmente responsable de Su crucifixión? ¿Fue un requisito divino o simplemente la consecuencia del pecado humano? Y, si Su muerte fue un acto de injusticia, ¿qué significa entonces Su resurrección?

La Responsabilidad Humana en la Muerte de Jesús

El Nuevo Testamento es claro en atribuir la muerte de Jesús a decisiones humanas. Pedro, en su sermón en Pentecostés, les dice a los israelitas:

"Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." (Hechos 2:36)

La traición de Judas, la presión de las autoridades religiosas, la indiferencia de Pilato y la brutalidad de los soldados romanos fueron eslabones en la cadena que llevó a Jesús a la cruz. Incluso Él mismo reconoció esta realidad cuando dijo:

"A la verdad el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!" (Lucas 22:22)

Aquí vemos dos verdades coexistiendo: Dios sabía lo que ocurriría y tenía un plan para redimirlo, pero eso no exime a los responsables de su culpa. Jesús fue víctima de un sistema injusto, de líderes religiosos que lo vieron como una amenaza y de una política romana que prefería mantener la paz antes que defender la justicia.

Sin embargo, aunque la crucifixión fue un acto de maldad humana, Dios la transformó en el centro de Su plan redentor. No porque Su justicia exigiera un sacrificio de sangre, sino porque Su amor se negó a dejar que el pecado y la muerte tuvieran la última palabra.

La Resurrección: La Respuesta de Dios a la Injusticia

Si la cruz es el punto más bajo de la historia humana—el rechazo del Hijo de Dios—, la resurrección es la respuesta definitiva de Dios. No es solo una anulación de la muerte, sino una declaración poderosa de que la gracia vence al pecado, el amor supera el odio y la vida triunfa sobre la muerte. Pablo lo expresa así:

"Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición." (Gálatas 3:13)

No fue Dios quien condenó a Jesús, sino la Ley, y por extensión, el pecado humano. Pero Dios rompió esa condena con la resurrección. Al levantar a Jesús de entre los muertos, Dios no solo restauró Su vida, sino que inauguró una nueva realidad: un mundo donde la muerte ya no tiene la última palabra.

Por eso, la cruz y la resurrección deben entenderse juntas. La muerte de Jesús no es el final; es la antesala de la victoria. La crucifixión sola no salva—es la resurrección la que confirma que Jesús es el Señor y que en Él encontramos la salvación.

La Gracia Tiene la Última Palabra

Si miramos la cruz como un castigo de Dios hacia Jesús, estamos malinterpretando el mensaje del evangelio. No es el lugar donde el Padre desahoga Su ira en el Hijo; es el lugar donde Dios, en Cristo, se sumerge en el sufrimiento humano para transformarlo desde adentro. Es el lugar donde la peor injusticia se convierte en el acto supremo de redención.

La cruz no es el fin de la historia, y la injusticia no tiene la última palabra. La resurrección es la prueba de que el amor vence al odio, que la gracia es más fuerte que el pecado y que la vida triunfa sobre la muerte.

Este es el corazón del evangelio. Esta es la esperanza que lo cambia todo.

lunes, 20 de enero de 2025

Renacer Desde Las Raíces: Encuentra Fuerza en Tus Esfuerzos y Sigue Adelante

Notre-Dame

Ah, mi querido muchacho, siéntate conmigo un momento. Quiero contarte algo importante. La vida tiene esa manera de poner a prueba a quienes se atreven a construir, a soñar, a cambiar el mundo. Tú has hecho un trabajo increíble, un trabajo que salió de tu corazón, de tu mente y de lo más profundo de tu alma. Eso importa. No dejes que nadie te diga lo contrario.

Sé que duele ver cómo lo que construiste empieza a desmoronarse. Es como plantar un árbol, verlo crecer alto y fuerte, y luego ver a alguien llegar con un hacha. Pero hay algo que debes recordar sobre las raíces: llegan profundo. Aunque corten el árbol, las raíces siguen vivas. Tu trabajo, tu visión, han dejado raíces. Han tocado vidas, encendido ideas y sembrado semillas de formas que tal vez nunca llegues a ver por completo.

¿Y lo que está haciendo tu sucesor ahora? Ese es su capítulo, no la historia completa. Tú ya escribiste el tuyo con integridad y dedicación, y eso no se borra. Las personas que sintieron el impacto de tu trabajo lo llevan consigo, en cosas grandes y pequeñas, aunque tú no lo notes.

Ahora escucha bien lo que quiero que hagas. Quiero que mantengas la cabeza en alto. No porque todo haya salido perfecto, sino porque tuviste el valor de intentarlo. Quiero que recuerdes todo lo bueno que has hecho y las vidas que tocaste. Y después, quiero que sueltes lo que no puedes controlar. No dejes que la amargura ocupe espacio en ese gran corazón que tienes.

Esto no es el final del camino. No, es solo una curva. Aún tienes mucho por hacer, mucho por dar. Así que descansa un poco, sana tus heridas, pero ni se te ocurra rendirte. El mundo sigue necesitando a personas como tú: visionarios que se preocupan lo suficiente como para intentarlo, aun cuando las cosas no estén a su favor.

Tienes un fuego dentro de ti, y ese fuego no se ha apagado. Sigue adelante, mi querido muchacho. Sigue adelante.

viernes, 6 de diciembre de 2024

Una Homilía para la Reapertura de la Catedral de Notre-Dame

Notre-Dame

por JOSÉ SAMUEL MÉRIDA

«Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican.» (Salmo 127:1)

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy estamos reunidos bajo la sombra de la gloria y la luz de la esperanza, en las renovadas paredes de este espacio sagrado: Notre-Dame de París. Más que una catedral, es un símbolo de fe, resistencia y la belleza eterna del espíritu humano. Durante siglos, estas piedras han cantado las alabanzas a Dios, han sido testigos de las oraciones de reyes y campesinos por igual, y han ofrecido refugio a los cansados. Hoy, reclamamos ese legado.

El incendio que devastó este lugar fue una herida que se sintió en todo el mundo. Las llamas no solo consumieron madera y piedra, sino que tocaron algo más profundo en nosotros: la pérdida de algo que creíamos inquebrantable. Pero de esas cenizas surgió una verdad poderosa: la Iglesia no son solo sus muros. Nosotros somos sus piedras vivas, edificados sobre la piedra angular que es Cristo Jesús (Efesios 2:19-22). Y así como el humo se elevó, también se alzaron los corazones de millones, unidos en un esfuerzo global por restaurar lo que parecía perdido.

Pausamos ahora para reflexionar sobre lo que este momento significa. Notre-Dame ha sido reconstruida, no como era antes, sino como es ahora. ¿No es esta la historia de nuestra fe? Dios siempre está creando, siempre renovando lo que estaba roto. Isaías nos recuerda: “Te reconstruiré con piedras preciosas, pondré tus cimientos con zafiros” (Isaías 54:11). Esta catedral es testimonio no solo de la habilidad humana, sino del arte divino que entrelaza la redención en nuestras vidas.

La historia de su restauración se parece a la reconstrucción de Jerusalén en los días de Nehemías. Nehemías lloró al ver las ruinas de la ciudad santa, pero oró, trabajó e inspiró a otros a reconstruir los muros. Declaró: “El gozo del Señor es nuestra fortaleza” (Nehemías 8:10). También nosotros hemos sido testigos de la fortaleza en la generosidad de extraños, en la destreza de los artesanos y en la unidad de las naciones.

Hoy, mientras la poderosa voz del órgano llena este espacio una vez más, que nos recuerde nuestra canción compartida, nuestro propósito común. Así como las melodías se elevan al cielo, que también nuestros corazones se eleven en gratitud. Gratitud por quienes dieron, por quienes trabajaron y, sobre todo, por el Dios que hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21:5).

Pero que este momento sea también una invitación a reflexionar. ¿Cuál es el propósito de una catedral restaurada si no restaura los corazones de quienes entran en ella? ¿De qué sirven los arcos majestuosos si no nos llevan a acercarnos a Dios? Este lugar no fue construido para su propia gloria, sino para la gloria de Dios y el servicio a Su pueblo. Es un recordatorio de Aquel que se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y verdad (Juan 1:14).

Que Notre-Dame vuelva a ser un faro de esa gracia. Que recuerde al mundo la verdad eterna del Evangelio: que Dios amó tanto al mundo que dio a Su único Hijo (Juan 3:16). Que sus puertas reciban a todos—peregrinos y escépticos, creyentes y quienes buscan respuestas.

A quienes nos ven desde todas partes del mundo: sepan que esta catedral, aunque está enraizada en París, pertenece a toda la humanidad. Nos llama a algo más grande que nosotros mismos, a un amor que no conoce fronteras, a una esperanza que no puede ser extinguida.

Y así, con corazones elevados, dediquemos no solo esta catedral, sino nuestras propias vidas a Dios. Que estas paredes resuenen con oraciones y proclamaciones, con el sonido de la esperanza reavivada y la fe renovada. Porque, así como Notre-Dame se alza de nuevo, también lo hace la promesa de Cristo: “Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19).

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.