El cementerio Pére-Lachaise es, sin
duda alguna, el más célebre de la capital francesa. Fue inaugurado
en 1804 sobre una colina oriental de la ciudad y, tiempo después,
bautizado con el nombre quien fuera confesor de Luis XIV. Sus 44
hectáreas arboladas lo convierten en el mayor de las necrópolis
parisinas. Sin embargo, más que por su tamaño, la fama del
Pere-Lachaise se deriva de las personalidades que allí han sido
enterradas. A lo largo de sus ondulados paseos reposan los restos de
decenas de hombres y mujeres de talla universal, entre los que
podemos citar a Moliére, Jean de la Fontaine, Honoré Balzac,
Fréderic Chopin, Eugene Delacroix, Marcel Proust, Oscar Wilde,
Amadeo Modgliani, Isadora Duncan, María Callas, Edith Piaf, Yves
Montand y Jim Morrison.
Para los amantes de la historia del
arte el Pére-Lachaise ofrece un atractivo adicional: sus monumentos
funerarios conforman un variadísimo catálogo de los gustos y los
estilos en boga durante los últimos 200 años. Más aún, un número
significativo de sus tumbas se inspiran en estilos pretéritos como
el egipcio, el clásico greco-latino, el romántico y el gótico, a
veces reproducidos con fidelidad y en ocasiones reinterpretados
libremente. Por doquier aparecen elementos de la iconografía
mortuoria de la antigüedad, tales como coronas de laurel, ánforas,
urnas, esfinges, seres alados, columnas y pirámides, comúnmente
elaborados con marmol blanco, lava negra de Volvic o granito de
diversas tonalidades. Forman parte de este excepcional acervo
arcaizante la sepultura gótica de Eloísa y Abelardo, la capilla
bizantina de Anna de Noailles, el monumento griego de la princesa
Deminoff, el obelisco egipcio de Jean-Francois Champollion y el
dolmen de Allan Kardec.
Aun en este contexto plástico tan
disímbolo, resulta inusitada la presencia de una estela maya en la
10a. División del cementerio. Su creación data de 1976, dos años
después de la muerte en Madrid del ilustrísimo escritor
guatemalteco Miguel Ángel Asturias. En aquel entonces se decidió
trasladar el cuerpo del premio Nobel de París e inhumarlo
merecidamente en el Pere-Lachaise. Tras la ceremonia fúnebre, sus
restos quedaron sepultados bajo una pesada lápida de concreto que
tiene una lámina metálica en la que están inscritos el nombre del
autor de Hombres de Maíz, las fechas de su nacimiento y de su
muerte, y los principales reconocimientos que recibió en vida. Dicha
lápida fue coronada con una réplica de la Estela 14 de Ceibal, la
cual había sido descubierta 15 años antes sobre la estructura C-18
de este conocido sitio del Río de la Pasión. Pese a carecer de
fechas calendáricas, se sabe que la estela original data del siglo 9
d.C. Pertenece al grupo de monumentos definidos como “no clásicos”
y muestra en su cara principal a un gobernante de rasgos éticnos no
mayas, que sujeta un palo curvo y un escudo con líneas horizontales.
Es sencillo atender el motivo del
enterramiento de Asturias en suelo francés. Desde 1923, vivió
prolongados y fructíferos periodos de su existencia en París. Allí
fue estudiante, agregado cultural, exiliado político y embajador de
Guatemala. En esa ciudad, Asturias escribió Leyendas de Guatemala,
comenzó la redacción de El Señor Presidente y tradujo al francés
el Popol Vuh. Organizó también una magna exposición de arte maya
precolombino en el Grand Palais y, en gratitud a su tierra de
elección, donó el conjunto de sus manuscritos a la Biblioteca
Nacional de Francia.
Por el contrario, resulta paradójico
que la piedra tumbal sea la copia de un monumento dedicado a la
exaltación de un belicoso gobernante de Ceibal, sobre todo si
tomamos en cuenta que Asturias dedicó su vida entera a luchar por la
paz y contra la terrible opresión del campesino indígena de
Guatemala por parte de dictadores, caciques y compañías bananeras.
La elección de la Estela 14 sólo se explica desde una perspectiva
en la que las expresiones culturales prehispánicas – despojadas ya
de su contenido y significado originales – suelen ser valoradas
simplemente por sus cualidades estéticas, que transmiten la imágen
idealizada de un pasado nacional glorioso. En este mismo sentido
habría que recordar el uso de la imagen de Xipe-Tótec – divinidad
vestida con la piel de un desollado – para “decorar” las
postales infantiles de la UNICEF.
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