domingo, 4 de mayo de 2014

La Tumba de Miguel Angel Asturias en París

El cementerio Pére-Lachaise es, sin duda alguna, el más célebre de la capital francesa. Fue inaugurado en 1804 sobre una colina oriental de la ciudad y, tiempo después, bautizado con el nombre quien fuera confesor de Luis XIV. Sus 44 hectáreas arboladas lo convierten en el mayor de las necrópolis parisinas. Sin embargo, más que por su tamaño, la fama del Pere-Lachaise se deriva de las personalidades que allí han sido enterradas. A lo largo de sus ondulados paseos reposan los restos de decenas de hombres y mujeres de talla universal, entre los que podemos citar a Moliére, Jean de la Fontaine, Honoré Balzac, Fréderic Chopin, Eugene Delacroix, Marcel Proust, Oscar Wilde, Amadeo Modgliani, Isadora Duncan, María Callas, Edith Piaf, Yves Montand y Jim Morrison.

Para los amantes de la historia del arte el Pére-Lachaise ofrece un atractivo adicional: sus monumentos funerarios conforman un variadísimo catálogo de los gustos y los estilos en boga durante los últimos 200 años. Más aún, un número significativo de sus tumbas se inspiran en estilos pretéritos como el egipcio, el clásico greco-latino, el romántico y el gótico, a veces reproducidos con fidelidad y en ocasiones reinterpretados libremente. Por doquier aparecen elementos de la iconografía mortuoria de la antigüedad, tales como coronas de laurel, ánforas, urnas, esfinges, seres alados, columnas y pirámides, comúnmente elaborados con marmol blanco, lava negra de Volvic o granito de diversas tonalidades. Forman parte de este excepcional acervo arcaizante la sepultura gótica de Eloísa y Abelardo, la capilla bizantina de Anna de Noailles, el monumento griego de la princesa Deminoff, el obelisco egipcio de Jean-Francois Champollion y el dolmen de Allan Kardec.

Aun en este contexto plástico tan disímbolo, resulta inusitada la presencia de una estela maya en la 10a. División del cementerio. Su creación data de 1976, dos años después de la muerte en Madrid del ilustrísimo escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias. En aquel entonces se decidió trasladar el cuerpo del premio Nobel de París e inhumarlo merecidamente en el Pere-Lachaise. Tras la ceremonia fúnebre, sus restos quedaron sepultados bajo una pesada lápida de concreto que tiene una lámina metálica en la que están inscritos el nombre del autor de Hombres de Maíz, las fechas de su nacimiento y de su muerte, y los principales reconocimientos que recibió en vida. Dicha lápida fue coronada con una réplica de la Estela 14 de Ceibal, la cual había sido descubierta 15 años antes sobre la estructura C-18 de este conocido sitio del Río de la Pasión. Pese a carecer de fechas calendáricas, se sabe que la estela original data del siglo 9 d.C. Pertenece al grupo de monumentos definidos como “no clásicos” y muestra en su cara principal a un gobernante de rasgos éticnos no mayas, que sujeta un palo curvo y un escudo con líneas horizontales.

Es sencillo atender el motivo del enterramiento de Asturias en suelo francés. Desde 1923, vivió prolongados y fructíferos periodos de su existencia en París. Allí fue estudiante, agregado cultural, exiliado político y embajador de Guatemala. En esa ciudad, Asturias escribió Leyendas de Guatemala, comenzó la redacción de El Señor Presidente y tradujo al francés el Popol Vuh. Organizó también una magna exposición de arte maya precolombino en el Grand Palais y, en gratitud a su tierra de elección, donó el conjunto de sus manuscritos a la Biblioteca Nacional de Francia.

Por el contrario, resulta paradójico que la piedra tumbal sea la copia de un monumento dedicado a la exaltación de un belicoso gobernante de Ceibal, sobre todo si tomamos en cuenta que Asturias dedicó su vida entera a luchar por la paz y contra la terrible opresión del campesino indígena de Guatemala por parte de dictadores, caciques y compañías bananeras. La elección de la Estela 14 sólo se explica desde una perspectiva en la que las expresiones culturales prehispánicas – despojadas ya de su contenido y significado originales – suelen ser valoradas simplemente por sus cualidades estéticas, que transmiten la imágen idealizada de un pasado nacional glorioso. En este mismo sentido habría que recordar el uso de la imagen de Xipe-Tótec – divinidad vestida con la piel de un desollado – para “decorar” las postales infantiles de la UNICEF.

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