Hace casi dos mil años un viento recio sopló en Jerusalén. Lenguas de fuego descendieron sobre un pequeño grupo de creyentes reunidos en oración y en ese instante nació la Iglesia. Aquel Pentecostés marcó el inicio de un movimiento impulsado por el Espíritu Santo, una comunidad caracterizada por la santidad, la unidad y el poder transformador de Dios.
Lo que pocos saben es que ese mismo fuego, esa pasión por la vida santa y la plenitud del Espíritu, trazó un camino histórico que siglos más tarde desembocó en la fundación de la Iglesia del Nazareno en 1908. Aunque el recorrido fue largo, sorprende descubrir que puede resumirse en cuatro figuras clave. Cuatro nombres que encarnaron y transmitieron el legado de Pentecostés de generación en generación.
1. Pentecostés (Hechos 2)
Aquí comienza todo. No nació una denominación, sino una visión. Una Iglesia empoderada por el Espíritu, consagrada a Dios y viva en misión. La santificación, la vida comunitaria y la predicación apasionada hunden sus raíces en este acontecimiento fundacional.
2. Juan Wesley (1703–1791)
Casi mil setecientos años después, un inquieto anglicano en Inglaterra redescubrió aquella llama apostólica. Wesley no quiso crear una nueva iglesia, sino renovar la existente desde dentro. Su énfasis en la entera santificación, el amor perfecto y la vida disciplinada en comunidad dio origen al metodismo. Para él, la obra del Espíritu no terminaba en la conversión, sino que continuaba hasta transformar al creyente en una imagen viva de Cristo.
3. Phoebe Palmer (1807–1874)
Una ama de casa neoyorquina con un corazón ardiente llevó la visión de Wesley a nuevas alturas. Con su conocida “teología del altar” enseñó que la entera santificación podía recibirse por fe de manera inmediata. Sus reuniones de los martes influyeron en pastores y líderes que más tarde formarían el núcleo del Movimiento de Santidad en Estados Unidos. Sin títulos académicos, pero con una autoridad espiritual imponente, Phoebe se convirtió en la madre espiritual de un avivamiento.
4. Phineas F. Bresee (1838–1915)
Este pastor metodista, con un profundo amor por los pobres de Los Ángeles, dio forma a lo que hoy conocemos como la Iglesia del Nazareno. Su visión fue la de una iglesia para el pueblo común, llena del Espíritu, centrada en la santidad práctica y comprometida con la misión global. En 1908, junto con otras ramas del Movimiento de Santidad, Bresee consolidó una nueva denominación que llevó la llama de Pentecostés al siglo XX y más allá.
¿Y qué ocurre con otros gigantes?
En esta breve cronología no aparecen nombres que marcaron profundamente la historia cristiana, como Martín Lutero, Agustín de Hipona, Calvino o místicos como Bernardo de Claraval. La razón es sencilla. Aunque fueron colosos teológicos, sus aportes no se relacionaron directamente con la doctrina de la entera santificación, que constituye la columna vertebral de la tradición wesleyana y de la Iglesia del Nazareno. Lutero, por ejemplo, proclamó la justificación por la fe, pero también enseñó que el creyente permanece siempre pecador. Wesley, en cambio, afirmó que el amor de Dios podía limpiar el corazón aquí y ahora.
Un legado vivo
Desde el fuego de Pentecostés hasta las capillas nazarenas de hoy fluye una corriente de fidelidad, renovación y poder espiritual. No se trata de una línea institucional, sino de una herencia del corazón. Hombres y mujeres de distintas épocas respondieron con un “sí” al llamado divino a una vida santa, llena del Espíritu y entregada al mundo.
Ese fuego sigue encendido.
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