Responda herrera voz entre caballos
si esta Ciudad que se alza de la piedra
nubes descabezó viendo a los astros,
echada al valle de los dulces tallos
donde el mar es pulmón y el tiempo
yedra.
Del cielo, sobrefunda de la noche,
guarden memoria el picaflor y el
viento.
Heráldica divisa, León al centro
con Régulo brillante. ¡Oh derroche
de luz tumbada al vasto movimiento!
Un hidalgo se baña las pupilas
con el agua que esconden las corolas
de su recuerdo, para ver sin llanto
las Tres Marías vivas intranquilas,
como tres carabelas en las olas.
El corazón se estrella como el cielo
al venir por acaso edad serena
y empezar de la sombra a lo advertido.
La luna va de mengua, barquichuelo
con dos agudas puntas de azucena.
Enfría la calor del hijo de Hiria
con fuego de escorpión, blancos
granizos
de la lluvia de Marzo adelantado,
y dan sombra las hojas bajo Sirio,
mientras Júpiter brilla en los
mellizos.
Lengua del otro lado del océano
vino a caer en esta rinconada
y se mezcla punzante con el agua
aromada de miel que habla indiano,
al ir tomando la Ciudad alzada.
Lumbre y yantar de la foraña gente
que riega en la Ciudad dulces centellas
responden al rumiar lento del Toro
y responde un volcán que en alto
miente
una rosa de fuego en las estrellas.
Entran por las narices de los asados,
el hueso calda más, la carne apoca;
esclavos, sobrestantes y pecheros
escupen como escupen los tejados,
el sereno también es agua en la boca.
Mantenencia, gobierno y sacramentos,
atarjeas que hilan lo bebible
y sombras de caballos derretidos
quedan de la Nave, por momentos
adividana al Sur más que visible.
En las huertas y patios solariegos
húmedos de cenzontle y grevilea
crepúsculos que hablan guacamayo
picotearon de flores verdes riegos,
aroma que tu noche picotea.
Y amasada con agua pensativa
y harina de jazmín, en el careo
con los cielos triunfa tu hermosura.
Por rivales, al Norte, Arturo altivo
y a la aurora, la esposa de Pereseo.
Y de la noche Ciudad bajo tu escudo:
camino de Santiago, miel con ojos
sobre campo de grillos, tres volcanes
y por veneras conchas la que pudo
muchas fuentes contar, ocho a su
antojo.
Y a tu imagen tu mapa. Una franja
de amena tierra, mares halagüeños,
polar estrella, monstruos, caracolas
y naos que dan vuelta a la naranja
y asoman a tus costas como sueños.
Al desagazaparse la Gran Osa
todo se cambia, tu silencio en rama,
mi palabra quemada al fuego negro,
el pinal que se torna agua gaseosa
y las bestias echadas en la grama.
El Cisne se abre en cruz y los ocultos
cabreros que conocen de arreboles,
lo ven sobre el mercado, camposanto
en la Plaza Mayor, donde los bultos
de los indios son muertos de otros
soles.
Por las Siete que brillan en la arena
de tu celeste paz, viene el solsticio
su cristal acortando en manantiales
y alargando la noche en la alacena
con muelles de navaja y precipicio.
¿A qué herida paloma se regala
sin el cuido de hablar de su dolencia?
De un valle a otro fuiste regalada,
te hirió el Cerbatanero bajo el ala
y siempre estás herida en su
presencia.
Con impetú de lágrima rodada
el agua vino, río y aguacero,
al tomar del arcón la mercancía
que no se le quedó, que fué cobrada,
dos Caquices cobró el cerbatanero.
Iximché, Almolonga, Panchoy ...
Este fué el avatar y la agonía
de los que se quedaron con la miera
nostalgia de la Espaciería...
¡Me llevo la Ciudad o yo me voy!
La golondrina barba ya en edades
-tenían la color aventurera
de la arena-, vuelven a la locura
de irse o de llevarse las ciudades,
y al Valle de la Ermita o donde fuera.
¡Oh racimo de agua hacia el olvido,
silencio desyerbado con vihuela,
carne de nance en ciprecina sombra
de volcanes, diamante sin latido
en que la luz de muchos ojos vela!
El hombre te construye en un vislumbre
de la noche. Eridano mordía
las mazorcas celestes de los techos.
De gusano que tiene falda y cumbre
mariposa te ve nacer el día.
Porosa anuencia de la escama fresca
del Pez Austral al paso de la aurora,
la Estrella Matutina en Capricornio
y tus muros soltando leche y mezcla
en nube que olorosa se evapora.
Te pone asunto la plomosa ardilla,
el perico ligero de ala rauda,
el venado que forma el instantero
de tu eterno reloj de maravilla
y el quetzal que te mide con su cauda.
Y como habla tu miel la primavera,
te pone oído vegetal la fronda
y en palpitante alivio, la mañana
evapora tu noche, lavandera
con jabón de luceros y agua honda.
* Se publica este poema de Miguel Angel
Asturias, el 10 de Marzo de 1943, celebrando el Cuarto Centenario de
la fundación de Santiago de los Caballeros de Guatemala, hoy Antigua
Guatemala, en el valle de Panchoy, el 10 de Marzo de 1543. Las
luminarias del cielo estaban esa noche, por cálculo del Señor Don
Mariano Pacheco Herrarte, como aparecen en el poema. Ver »
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