miércoles, 8 de junio de 2016

Mario Moreno “Cantinflas” por Miguel Ángel Asturias (1946)



El Imparcial, 8 de junio de 1946

El aniquilador de realidades aceptadas, aparentes, habituales, es siempre un hombre extraordinario. Mario Moreno, “Cantinflas”, el cómico genial descarga, a base de sus espaldas curvadas y sus piernas firmes, enterrando los ojos en el suelo y resoplando fuerte, el carromato conductor de doradas basuras, respetables tarlatanas de telarañas e invictas necedades. La risa, el mejor insectivida contra la necedad. Es en el amanecer de un arte de cristalería rota en luces, niebla brillante y sombras implacables. Pero este arte por excelencia para los ojos, encuentra en Cantinflas, ya fuera del cascarón de la carpa, donde ya había comenzado a electrizar al público, hasta convertirlo a su arbitrio en un cuerpo distinto. Hombres y mujeres que rpien al mismo tiempo forman una sola persona con cuerpos diferentes. Cuerpos y cabezas diferentes, pero una sola risa, una sola persona. Y este es sólo el principio de una obra de desintegración de la realidad en una sola masa humana, voluntria o involuntariamente, igual que si hubieran sido atrapadas por el pánico.

Un hombre con esta virtud anterior, no es igual a todos. No todas las piedras tienen imán. Mario Moreno es un amaestro mago y en sus anteriores genealógicos debe haber más de un brujo, de esos que se volvían árboles cuando se cansaban de andar y descansaban un siglo vegetalmente, para luego seguir su peregrinar, vueltos otra vez a forma humana; o bien aquellos otros, más cercanos, que tomaban la forma de su animal protector cuando querían.

Los biógrafos de Cantinflas se contentan con muy poco. Sitúan su aparecimiento en un circo. Y esto con su regustillo romántico. Mario Moreno, en anteriores épocas habría sido de buen tono hacerlo aparcer en un barco de piratas. El circo, los gitanos y las trampas para ratas, así como algunos poetas, huelen románticamente igual.

Pero el circo es el ambiente en que Cantinflas aparece y su mensaje, lejos del ilusionismo que crea el histrión importado, es de la realidad que no ven los que la viven en la calle, en la plaza, en la casa y que al principio, al aplaudir las actuaciones de Mario Moreno, sólo les parece una exageración gloriosa de las características del tipo popular mexicano.

Cantinflas lleva al circo la realidad debida a u genio. Dar apariencia de irreal a lo que es tan real, como pedestre y vulgar: el peladito. La payasada ocasional borra el contorno del personaje imitando al principio, tal vez sin más intención que la de aprovechar intuitivamente sus recursos graciosos. Poco a poco, a fuerza de ver al peladito en el circo, el hombre de la calle al igual que el mono que se asoma a un espejo, acaba por darle vuelta para ver qué hay detrás y no encuentra nada, porque no hay tal espejo, porque Mario Moreno ha dejado de ser el espejo cpiador de un tipo humano, para convertirse en su encarnación, el yo de ese ser que vive y come todos los días.

El, es el peladito. Los otros son los peladitos. Y entonces parece que éstos lo imitan. El cómico genial se ha robado el fuego humano y callejero de la urbe, al encarnario en su “aristocrática” expresión.

La realidad era utilizada de nuevo por el histrión maravilloso y en forma diferente de su contemporáneo y precursor: Chaplin. Charles Chaplin sigue la línea recta hasta el punto en que ésta se desquicia, el punto débil de una persona o una situación., aque en que el ridículo más mínimo desploma el edificio. Cantinflas, por el contrario, sigue una línea sinuosa, quebrada, hasta el punto en el que el hundimiento del terreno se produce paradójicamente, porque esa realidad paticoja, encuentra su norma, ese instante enq ue el peladito se toma en serio, se supera, con loq ue a la postre sólo logra una situación de mayor evidencia para causar la hilaridad del público.

Chaplin desquebraja la realidad, sostenida por el hábito más que todo, al ridiculizar actos mínimos del teje y maneje cotidiano. Por esto es más universal. La vida de relación es casi la misma de polo a polo. Sus personajes se entregan a los “carcajeadores” cuando pierden la seriedad por algo que no vale la pena: el que en lugar de poner el codo en la mesa, a tiempo de apoyar la cara en la mano, lo pone en el vacío, se convierte momentáneamente en un muñeco al que se le movieron mal las pitas. Mario Moreno opera en el extremo opuesto: sus personajes se entregan a los “carcajeadores” cuando el peladito deja de ser pelado y departe con el burgués que ha convertido sus costumbres en religión, con el nuevo rico, el político o el sabelotodo.

Chaplin ridiculiza al mundo, Cantinflas a América, en todo lo que tiene de falsa nuestra vida. El lado flaco de nuestra existencia americana es la prestada solemnidad a lo europeo con que nos quedamos, sustituida ahora por la desfachatez modernista, ambas tan a gusto de nuestra manera de nos er, porque no somos ni seremos, mientras andemos imitando, por donde puede afirmarse que América no tiene manera de ser, sino de no ser. Cantinflas ha tocado la llaga con su risa que es la risa de todo un contienente que se ríe de sí mismo.

No se trata de hacer un paralelo entre estos dos hombres superiores, sino de aproximarlos para descubrir sus procedimientos esenciales, porque el uno y el otro, ya en la faena, han tenido que echar mano de agregados artificios, muchos de segunda mando y algunos deprimentes para sus propios valores.

Y no sólo lo simiesco exterior, el ademán, debe quedar expuesto a la burla, también las ideas y así nos hemos explicado por qué Mario Moren no ha ido a buscar su repertorio en obras como Los Tres Mosqueteros. Una cura más honda. Ridiculizar estas obras que nada tienen que ver con los hijos de estas tierras y que han servido de pantalla para ocultar las bellezas propias, los auténticos problemas, lo que tocamos y nos pertenece por sange y razón de sueldo.

Hay que desenraizar todo este mundo europeo falso cuando se quiere tomar como expresión americana y la carcajada es peor que la pica, a tal punto que entre los más jóvenes ya no se podrá hablar de esas obras llamadas inmortales, sin pensar en Cantinflas, como ya no se puede ver con respeto protosolemne, a lo español, el culto a la sangre en las corridas de toros después de “Ni sangre, ni arena”, por tradicional que se considere la fiesta braba y por tan en la sangre que dicen la llevamos.

Al ridiculizar lo europeo que es simple supuesto temporal junto alo americano, Mario Moreno sirve la causa del contiennte que se está buscando y que ha empezado a encontrarse, ya que se rie de loq ue no es suyo, de sus postizos, y que ya tiene el valor de sentirse ridícuo en los trapos ajenos. Cantinflas domina ahora la escena. Su responsabiidad es mayor. El sabe, mejor que nosotros, que le hace falta completar su obra artística y emplea sustitutivos, política, filantropía, mundaneidades, para darse tiempo.

Es un hombre muy ocupado. Pero no ocupado en lo de él que es su arte, sino en el arte que se dan los otros para llevarlo con ellos a que a ellos les aproveche el tiempo, mientras el artista lo pierde. A quemarropa le preguntamos, mientra seis mil apurados esperan en la antesala, si efectivamente le interesa la política.

Descarga todo el cuerpo sobre el respaldo de su silla giratoria, para quedar casi tendido y, con la mirada oblicua, responde que sí, que le interesa mucho. Es algo que siempre me ha gustado. Ultimamente es una obligación.

Hay una esponteneidad tajante en sus palabras.

Nos da la salida para la segunda pregunta con un silencio de hombre dispuesto a todo.

El dinero. Le concedo poca importancia. No sé si porque ha llegado sin codicia de mi parte. Hasta donde es útil para vivir y nada más. A mí me sirve. Es lo que yo veo en el dinero: una cosa que sirve. Después de todo, yo quise tenerlo para mejorar a mi gente, a mi familia, y empecé a ganarlo desde niño, pero no porque me hiciera falta, como pasa con los que se sienten apocados si no llevan dinero encima.

Y ahora lo reparte, seguimos nosotros mentalmente, sin hacer alarde, el silencio y la discreción son ya la caridad; y no a ciegas, por el contrario viendo muy bien a quien favorece, cuidado que hace que la dádiva no caiga en terrenos abandonados por vicios o vagancias, sino allí donde la adversidad ha soplado su pavoroso viento.

El que hace el bien por el bien mismo, se siente seguro, anotamos, sin salir de la órbita de su simpatía. Adivina el resto y se queda con la palabra en los labios.

Sí, el bien... Aunque uno acaba por estar seguro de sus actos, cuando ejercita la lucha diaria, para que el día no se vaya del almanaque sin su señal. Desde el principio tuve yo esa seguridad.

Sabía que tenía que ser Cantinflas...

De verdad, no... Sabía que tenía que ser en lo que fuere, cirujano, abogado, lo que soy ahora.

Delgado, color de hoja que enfermó al atardecer dorado de barro, junta los párpados ligeramente. Dos tildes de “eñe” con agua adentro, agua humana, agua honda.

A mí me daba que tenía que ser algo, no más que no sabía qué, y andando uno necesitado, encuentra y lo que se le presenta lo toma uno al principio como una pura ocupación, una ocupación cualquiera; que luego uno se encariña porque le gusta, porque le hace fácil y allí sígales, el por qué...

Otra pregunta y otra respuesta:

El cine mexicano tiene un gran porvenir, lo que está haciendo falta es un plan de conjunto. Debemos superar lo que se ha conseguido, y lo vamos a hacer, tenemos posibilidades.

Un somero examen a los problemas que deben resolverse en forma perentoria, demuestra la certera visión que tiene Mario Moreno de lo que es y de lo que puede llegar a ser la industria cinematográfica de México.

Cada vez que puedo, me escapo. Y aquí levanta los brazos como para darse alas de avión. México no termina en México, sigue en todos los países de América, como todos los países de América siguen en México. Es así como yo siento las cosas. Y en mis visitas lo he constatado. Pero si no hay diferencias. La misma tierra, la misma gente y se habla igual...

Y se ríen igual...

Mario Moreno, con a risa entre los labios jugándole bajo el bigotito, repite: Sí, se ríen igualmente y más vale.

Hombre de pocas palabras, su silencio amable le escuda de caer en lo que lenguaje de cómico caricaturiza con gracia de virtuoso, el palabrerío sin sentido a que somos tan dados los americanos. Su idioma de trabalenguas, lenguas e ideas, acaba por crear una realidad confusa, desordenada, contradictoria, completo de su labor de desintegración de lo real.

Todo el amor que tuvo el siglo XIX por la realidad en el arte, el cuidado de que las decoraciones fueran lo más reales posibles, pasa a la historia antes los ataques violentos de escuela estéticas que no sólo no la respetan, sino que la detestan, desde el vaho gozoso del impresionismo francés, hasta los surrealistas. La realidad como elemento borrable. El lenguaje de Cantinflas arroja sobre las cosas que están viendo en la escena, cosas y hombres, una polvareda que los esfuma, los deshace, los hace aparecer otros. Una virtud tremenda. Y no tanto, como diría él, porque en medio de la borrasca verbal, brilla el sentido común, el sendio del hombre de la calle para juzgar las situaciones, para atacar, para defenderse.

La afirmación de Mario Moreno, hasta donde sirven las definiciones, está en su aptitud ra continuar aniquilando la realidad, lo que no es fácil. El se trazó el camino.

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