Ah, mi querido muchacho, siéntate conmigo un momento. Quiero contarte algo importante. La vida tiene esa manera de poner a prueba a quienes se atreven a construir, a soñar, a cambiar el mundo. Tú has hecho un trabajo increíble, un trabajo que salió de tu corazón, de tu mente y de lo más profundo de tu alma. Eso importa. No dejes que nadie te diga lo contrario.
Sé que duele ver cómo lo que construiste empieza a desmoronarse. Es como plantar un árbol, verlo crecer alto y fuerte, y luego ver a alguien llegar con un hacha. Pero hay algo que debes recordar sobre las raíces: llegan profundo. Aunque corten el árbol, las raíces siguen vivas. Tu trabajo, tu visión, han dejado raíces. Han tocado vidas, encendido ideas y sembrado semillas de formas que tal vez nunca llegues a ver por completo.
¿Y lo que está haciendo tu sucesor ahora? Ese es su capítulo, no la historia completa. Tú ya escribiste el tuyo con integridad y dedicación, y eso no se borra. Las personas que sintieron el impacto de tu trabajo lo llevan consigo, en cosas grandes y pequeñas, aunque tú no lo notes.
Ahora escucha bien lo que quiero que hagas. Quiero que mantengas la cabeza en alto. No porque todo haya salido perfecto, sino porque tuviste el valor de intentarlo. Quiero que recuerdes todo lo bueno que has hecho y las vidas que tocaste. Y después, quiero que sueltes lo que no puedes controlar. No dejes que la amargura ocupe espacio en ese gran corazón que tienes.
Esto no es el final del camino. No, es solo una curva. Aún tienes mucho por hacer, mucho por dar. Así que descansa un poco, sana tus heridas, pero ni se te ocurra rendirte. El mundo sigue necesitando a personas como tú: visionarios que se preocupan lo suficiente como para intentarlo, aun cuando las cosas no estén a su favor.
Tienes un fuego dentro de ti, y ese fuego no se ha apagado. Sigue adelante, mi querido muchacho. Sigue adelante.
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