Creo en la vida después de la muerte.
No, no es que crea que voy a vivir conscientemente después de mi muerte terrenal. Estoy firmemente convencido de que la muerte marca el final incondicional e irreversible de nuestras vidas.
Mi creencia en la vida después de la muerte es más trivial. Lo que creo es que otras personas continuarán viviendo después de que yo haya muerto. Probablemente usted piense lo mismo. Aunque sabemos que la humanidad no existirá para siempre, la mayoría de nosotros damos por sentado que la raza humana sobrevivirá, al menos por un tiempo, después de que nosotros nos hayamos ido.
Como damos por sentado esta convicción, no pensamos mucho en su importancia. Sin embargo, creo que esta certeza juega un papel extremadamente importante en nuestras vidas, modelando de manera discreta pero crítica nuestros valores, compromisos y sentido de lo que vale la pena hacer. Aunque parezca sorprendente, hay circunstancias en las que la existencia continuada de otras personas después de nuestras muertes, incluso la de gente que no conocemos, es incluso más importante que nuestra propia sobrevivencia y la de nuestros seres queridos.
Consideremos un escenario hipotético. Supongamos que usted sabe que vivirá una vida larga y morirá tranquilamente mientras duerme, pero la Tierra y todos sus habitantes serán destruidos 30 días después de su fallecimiento por el choque de un meteorito gigante. ¿Cómo le afectaría saber esto?
Si usted es como yo, y como la mayoría de las personas con las se discute esta esta pregunta, este conocimiento del día final le resultará profundamente inquietante. Y podría afectar en gran medida sus decisiones sobre cómo vivir. Si fuera un científico que investiga el cáncer, podría estar menos motivado para continuar su trabajo. (Después de todo, sería poco probable que encontrara una cura en su vida, e incluso si fuera así, ¿cuánto podría servir en el poco tiempo restante?) Del mismo modo, si fuera un ingeniero que trabaja para mejorar la seguridad sísmica de los edificios, o un activista que intenta reformar nuestras instituciones políticas o sociales o un carpintero que se preocupa por fabricar una pieza de mayor calidad. ¿Qué diferencia harían estos esfuerzos si la destrucción de la raza humana fuera inminente?
Si fuera un novelista, un dramaturgo o un compositor, es posible que tenga poco sentido continuar escribiendo o componiendo, ya que estas actividades creativas a menudo se realizan para una audiencia o pensando en dejarlas para la posteridad. O sabiendo que la humanidad dejará de existir poco después de su muerte, ¿todavía estaría motivado a tener hijos? Tal vez ya no.
Notemos que las personas generalmente no reaccionan con tal pérdida de propósito ante la perspectiva de sus propias muertes. Por supuesto, muchas personas tienen mucho miedo de morir. Pero incluso las personas que temen a la muerte (e incluso aquellas que no creen en una vida futura personal) siguen dándole valor a sus actividades a pesar de saber que algún día morirán. Esa es una manera en que la sobrevivencia de otras personas después de nuestras muertes tiene incluso más importancia que nuestra propia sobrevivencia.
La explicación de esto puede parecer simple: si la Tierra será destruida 30 días después de que muramos, entonces todos nuestros seres queridos que estén vivos en ese momento encontrarán un final repentino y violento. Cónyuges, hijos y nietos, amigos: todos estarían condenados. Quizás es nuestra preocupación por nuestros seres queridos lo que explicaría nuestro horror ante la perspectiva de una catástrofe luego de nuestro deceso.
Pero quizás esa no sea toda la explicación. Consideremos otro escenario hipotético, la humanidad se ha vuelto infértil y no se han reportado nacimientos en más de 25 años. Imagine que se encuentra viviendo en tales circunstancias. Nadie vivo ahora tiene menos de 25 años, y la desaparición de la raza humana es inminente a medida que una población que envejece se desvanece inevitablemente. ¿Cómo reaccionaría?
Como en el caso del choque con el meteorito, muchas actividades comenzarían a parecer inútiles en estas condiciones: la investigación del cáncer, los planes de seguridad contra terremotos, el activismo social y político, etc. Más allá de eso el inicio de una infertilidad global irreversible podría producir depresión, ansiedad y desesperación generalizadas.
Algunas personas buscarían consuelo en la fe y la religión, y algunas lo encontrarían. Otros disfrutarían todo lo que pudieran en actividades consideradas gratificantes: escuchar música, explorar el mundo natural, pasar tiempo con familiares y amigos y disfrutar de los placeres de la comida y la bebida. Pero incluso estas actividades pueden parecer menos gratificantes y estar teñidas de tristeza y dolor, en el contexto de una humanidad a punto de desaparecer.
NOTEMOS que en este escenario, a diferencia del choque con el meteorito, nadie moriría prematuramente. Entonces, lo que es desalentador acerca de la posibilidad de vivir en un mundo infértil no es que nos horrorice la desaparición de nuestros seres queridos. (Morirían eventualmente, por supuesto, pero eso no es diferente de nuestra situación actual). Lo que es desalentador es simplemente que no nacerán nuevas personas.
Paremos por un momento. Saber que nosotros y todos los que conocemos y amamos algún día morirán no hace que la mayoría de nosotros perdamos la confianza en el valor de nuestras actividades diarias. Pero saber que no nacerá gente nueva haría que muchas de esas actividades parecieran inútiles.
Creo que esto muestra que algunas suposiciones generalizadas sobre el egoísmo humano están demasiado simplificadas en el mejor de los casos. Por egoístas o narcisistas que seamos, nuestra capacidad de encontrar un propósito y un valor en nuestras vidas depende de lo que esperamos que les suceda a los demás después de nuestras muertes. Incluso el magnate egoísta que se dedica a su propia gloria podría descubrir que sus ambiciones serán inútiles si la desaparición de la humanidad fuera inminente. Aunque algunas personas pueden darse el lujo de no depender de la bondad de los extraños, prácticamente todos dependen de la existencia futura de los extraños.
Del mismo modo, creo que las suposiciones habituales sobre el individualismo humano están demasiado simplificadas. A pesar de que nosotros como individuos tenemos diversos valores y objetivos, y aunque depende de cada uno de nosotros juzgar lo que consideramos una vida buena o digna, la mayoría de nosotros perseguimos nuestros objetivos y buscamos realizar nuestros valores dentro de un marco de creencias que asume una humanidad que seguirá viva. Eliminemos ese marco de creencias, y nuestra confianza en nuestros valores y propósitos comienza a derrumbarse.
También hay una lección aquí para aquellos que piensan que a menos que haya una vida futura personal, sus vidas carecen de significado o propósito. Al parecer, lo que es necesario para reconocer la importancia que le damos a lo que hacemos no es una creencia en el más allá, sino la creencia de que la humanidad sobrevivirá, al menos durante un buen tiempo.
¿Pero sobrevivirá la humanidad por un buen tiempo? Aunque normalmente suponemos que otros vivirán después de que nosotros mismos hayamos muerto, también sabemos que existen serias amenazas para la sobrevivencia de la humanidad. No todas estas amenazas son de origen humano, pero algunas de las más apremiantes lo son, como la del cambio climático y la proliferación nuclear. Las personas que abordan estos problemas a menudo nos instan a recordar nuestras obligaciones hacia las generaciones futuras, cuyo destino depende en gran medida de lo que hacemos hoy. Estamos obligados, enfatizan, a no hacer inhabitable la Tierra o degradar el medio ambiente en el que vivirán nuestros descendientes.
Estoy de acuerdo. Pero también hay otro aspecto de la historia. Efectivamente, nuestros descendientes dependen de nosotros para hacer posible su existencia y bienestar. Pero también dependemos de ellos y de su existencia si queremos vivir una vida significativa. Y así, nuestras razones para superar las amenazas a la sobrevivencia de la humanidad no se derivan únicamente de nuestras obligaciones hacia nuestros descendientes. Tenemos otra razón para tratar de garantizar un futuro floreciente para los que vienen detrás: es simplemente que, en una medida que rara vez reconocemos o admitimos, ya son muy importantes para nosotros.
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