jueves, 31 de diciembre de 2015

Miguel Angel Asturias / El espejo de Lida Sal / Pórtico

En 1966 Miguel Ángel Asturias visitó Tikal, en 1967 publicó "El Espejo de Lida Sal".

Y esto ocurre en un país de paisajes dormidos. Luz de encantamiento y esplendor. País verde. País de los árboles verdes. Valles, colinas, selvas, volcanes, lagos verdes, verdes, bajo el cielo azul sin una mancha. Y todas las combinaciones de los colores florales, frutales y pajareros en el enjambre de las anilinas. Memoria del temblor de la luz. Anexiones de agua y cielo, cielo y tierra. Anexiones. Modificaciones. Hasta el infinito dorado por el sol. Pero rompamos, rompamos ya este espacio de colores de fuego, tratando de alcanzar al tacto la dulzura de la piedra tierna que se corta para edificar ciudades, torres, dioses, monstruos, la dureza de las obsidianas, goterones de las noches más profundas, y el verde perfecto de las jadeítas. Otro tacto para las frutas. Dedos de navegaciones que rodean la redondez de cada poma enloquecida de perfume y derramada de miel. El paisaje cambia, la luz cambia, cambia el mundo de la piedra junto a las frutas tropicales, vecindad que traslada lo real, visible, palpable a la región del oler y gustar. Nueva delicia. Para qué explicarse. íntimas estructuras derramadas. El agua es un espejo. Alguien ha roto las historias antiguas y canta. El encuentro fortuito. La revancha. Cantar en medio de un mundo de imágenes que ya de por sí son estampas inigualables. Sólo iguales a ellas mismas. Guatemala sólo es igual a ella misma. Presencias y ausencias misteriosas. Lo que calla el enigma. No hace falta leer los jeroglíficos. Se leen las estrellas. El huracán azul no ha vuelto de las edades. Tornará y entonces, edades y estilos, mensajes y leyendas nos serán comunicados. Mientras tanto, gozad, gocemos de esta Guatemala de colores, verde universo verde, herido por el primer sílice caído de los astros.

La imaginación juega. Hay relieves, pirámides, templos en las ciudades apagadas. Detenerse, imposible. El vértigo sigue al instante en que sobrecogidos, extasiados, contemplamos la ciudad de Tikal. Arroyos de ruido húmedo, voces, entrechocarse de troncos, aletear de aves, que van a dar al mar inmenso del silencio. Todo palpita, vive, se desangra en verdor sobre la inmensa lámina endurecida del Petén. Sed geológica, milenaria, no de arenas o desiertos, sino establecida bajo bosques luminosos y fragantes. ¿Por qué? ¿Por qué esta pizarra que se traga el agua, negadora de posibilidades de vida para el hombre, y estos bosques de abundancia y locura? ¡Dioses! ¡Dioses! Y desde entonces todo yuxtapuesto. Sobre pirámides, pirámides. Sobre divinidades esculpidas, duchas de jeroglíficos. El arte de volver la piedra, vapor de sueño. Todo yuxtapuesto. El idioma. La cadencia. Constancia de crecimiento mineral. El ojo no acostumbrado se equivoca. Hay un rigor de muerte debajo de tanta cosa viva. Las más bellas especies animales. Los pájaros más bellos. El quetzal. Y el de la garganta con todos los sonidos musicales, el cenzontle. Las mariposas. Calistenia de alas de orquídeas. Los reptiles ele pieles de preciosas piedras. Algún cambia-colores. Algún sueña-colores. El pavo azul. Más allá, sólo el cielo. Hipótesis. Oh, frágiles hipótesis, antes este mundo auténtico, cambiante entre el parpadear de los días de un calendario no encontrado.

Un calendario de pasos. El calendario andante. La fábula del andar del tiempo con los pasos del hombre. Naturales, lógicos, existentes y sin embargo, habitantes de mundos de otras categorías. Los indios de Guatemala son como piezas de imaginería, bordados, esculpidos, pintados, recamados, mayas sobrevivientes de soles pretéritos, no de este sol en movimiento. Van y vienen por los caminos de Guatemala, con no se sabe qué de inmortales. Son inmortales en el sentido de que uno sustituye a otro en el tablero del mercado. Enjambres de palabras volanderas como abejas, en el trato. Frutas que prolongan su colorido en lo fastuoso de los trajes de las mujeres. Prisa, ninguna. El tiempo es de ellos. Meten y sacan las manos, en la oferta, de volcanes de granos dorados, de nubes de tamarindos fragantes, de noches de pimientas redondas y de las redondas condecoraciones del chocolate en tablillas, así como de las trementinas y hojas medicinales. Y de vuelta a los caminos, altos y ceremoniosos, dueños desposeídos que esperan el regreso del fuego verde.

Lo perdieron. Se los arrebataron. Les robaron el fuego verde y todo fue angustia sobre la tierra. Ni humedad ni atar de distancias. Cada quien murió donde estaba. La jungla, polvo. Todo polvo entre los dedos. Y el arenal sonriente. Piedras. Ahogo. Dedos espinosos. Largos dedos espinosos. Telescopios hechos de troncos de palmeras vacíos por dentro, para taladrar el cielo, apuntar a lo alto, preguntar a los astros por el retorno del fuego verde. Suyo será entonces lo que ahora detentan otras manos. A los mayas de Guatemala, les fue robado el fuego verde, la vegetación que les pertenecía, y por eso sus libros hablan del estallido de la insaciable sed. No fue todo dicho a la medida del agua, a la medida del viento. La brea guarda en memoria de vegetal cristalizado, el trasfondo de esa sed, y el grito de aquellas gentes, que son éstas que van y vienen por los caminos, los poblados, las calles, las plazas de Guatemala.

Ciudades. Otras ciudades. Más nuevas, bien que centenarias. Águilas bicéfalas, viruela plateresca y teologías. Imposible trasplantar a tierras de fiesta luminosa una religión de catacumba. Pobre España. Se llevó el vacío convertido en oro y dejó una tradición de sangre, saber y sentir que floreció en cruces y espadones sobre ciudades tan antiguas como esta de Antigua Guatemala, cacofónica y medrosa.

Inmortal señorío. El regreso de los astros. La cerradura de la puerta del cielo en forma de come'" tao Y el enigma el mismo. El enigma de la cauda de la greca que serpentea a través de templos, palacios, mansiones. Es peor la monotonía que el vacío. Romperla. Embriagarse. Embriagar los muros con las decoraciones más fantásticas. No por "horror al vacío", por horror al hastío. Frisos. Dinteles. Dentelladas. Detengámonos. Entre el grano de maíz y el sol empieza la realidad carbonizada del sueño.

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