domingo, 9 de febrero de 2025

Explorando la Responsabilidad Divina y Humana en la Muerte de Jesús: Una Teología de la Cruz y la Resurrección

Explorando la Responsabilidad Divina y Humana en la Muerte de Jesús: Una Teología de la Cruz y la Resurrección

por JOSÉ SAMUEL MÉRIDA,
Primera Iglesia del Nazareno, 2025, Guatemala.

Pocas cuestiones en la teología cristiana han generado tanta reflexión como la muerte de Jesús. ¿Quién fue realmente responsable de Su crucifixión? ¿Fue un requisito divino o simplemente la consecuencia del pecado humano? Y, si Su muerte fue un acto de injusticia, ¿qué significa entonces Su resurrección?

La Responsabilidad Humana en la Muerte de Jesús

El Nuevo Testamento es claro en atribuir la muerte de Jesús a decisiones humanas. Pedro, en su sermón en Pentecostés, les dice a los israelitas:

"Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." (Hechos 2:36)

La traición de Judas, la presión de las autoridades religiosas, la indiferencia de Pilato y la brutalidad de los soldados romanos fueron eslabones en la cadena que llevó a Jesús a la cruz. Incluso Él mismo reconoció esta realidad cuando dijo:

"A la verdad el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!" (Lucas 22:22)

Aquí vemos dos verdades coexistiendo: Dios sabía lo que ocurriría y tenía un plan para redimirlo, pero eso no exime a los responsables de su culpa. Jesús fue víctima de un sistema injusto, de líderes religiosos que lo vieron como una amenaza y de una política romana que prefería mantener la paz antes que defender la justicia.

Sin embargo, aunque la crucifixión fue un acto de maldad humana, Dios la transformó en el centro de Su plan redentor. No porque Su justicia exigiera un sacrificio de sangre, sino porque Su amor se negó a dejar que el pecado y la muerte tuvieran la última palabra.

La Resurrección: La Respuesta de Dios a la Injusticia

Si la cruz es el punto más bajo de la historia humana—el rechazo del Hijo de Dios—, la resurrección es la respuesta definitiva de Dios. No es solo una anulación de la muerte, sino una declaración poderosa de que la gracia vence al pecado, el amor supera el odio y la vida triunfa sobre la muerte. Pablo lo expresa así:

"Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición." (Gálatas 3:13)

No fue Dios quien condenó a Jesús, sino la Ley, y por extensión, el pecado humano. Pero Dios rompió esa condena con la resurrección. Al levantar a Jesús de entre los muertos, Dios no solo restauró Su vida, sino que inauguró una nueva realidad: un mundo donde la muerte ya no tiene la última palabra.

Por eso, la cruz y la resurrección deben entenderse juntas. La muerte de Jesús no es el final; es la antesala de la victoria. La crucifixión sola no salva—es la resurrección la que confirma que Jesús es el Señor y que en Él encontramos la salvación.

La Gracia Tiene la Última Palabra

Si miramos la cruz como un castigo de Dios hacia Jesús, estamos malinterpretando el mensaje del evangelio. No es el lugar donde el Padre desahoga Su ira en el Hijo; es el lugar donde Dios, en Cristo, se sumerge en el sufrimiento humano para transformarlo desde adentro. Es el lugar donde la peor injusticia se convierte en el acto supremo de redención.

La cruz no es el fin de la historia, y la injusticia no tiene la última palabra. La resurrección es la prueba de que el amor vence al odio, que la gracia es más fuerte que el pecado y que la vida triunfa sobre la muerte.

Este es el corazón del evangelio. Esta es la esperanza que lo cambia todo.

lunes, 20 de enero de 2025

Renacer Desde Las Raíces: Encuentra Fuerza en Tus Esfuerzos y Sigue Adelante

Notre-Dame

Ah, mi querido muchacho, siéntate conmigo un momento. Quiero contarte algo importante. La vida tiene esa manera de poner a prueba a quienes se atreven a construir, a soñar, a cambiar el mundo. Tú has hecho un trabajo increíble, un trabajo que salió de tu corazón, de tu mente y de lo más profundo de tu alma. Eso importa. No dejes que nadie te diga lo contrario.

Sé que duele ver cómo lo que construiste empieza a desmoronarse. Es como plantar un árbol, verlo crecer alto y fuerte, y luego ver a alguien llegar con un hacha. Pero hay algo que debes recordar sobre las raíces: llegan profundo. Aunque corten el árbol, las raíces siguen vivas. Tu trabajo, tu visión, han dejado raíces. Han tocado vidas, encendido ideas y sembrado semillas de formas que tal vez nunca llegues a ver por completo.

¿Y lo que está haciendo tu sucesor ahora? Ese es su capítulo, no la historia completa. Tú ya escribiste el tuyo con integridad y dedicación, y eso no se borra. Las personas que sintieron el impacto de tu trabajo lo llevan consigo, en cosas grandes y pequeñas, aunque tú no lo notes.

Ahora escucha bien lo que quiero que hagas. Quiero que mantengas la cabeza en alto. No porque todo haya salido perfecto, sino porque tuviste el valor de intentarlo. Quiero que recuerdes todo lo bueno que has hecho y las vidas que tocaste. Y después, quiero que sueltes lo que no puedes controlar. No dejes que la amargura ocupe espacio en ese gran corazón que tienes.

Esto no es el final del camino. No, es solo una curva. Aún tienes mucho por hacer, mucho por dar. Así que descansa un poco, sana tus heridas, pero ni se te ocurra rendirte. El mundo sigue necesitando a personas como tú: visionarios que se preocupan lo suficiente como para intentarlo, aun cuando las cosas no estén a su favor.

Tienes un fuego dentro de ti, y ese fuego no se ha apagado. Sigue adelante, mi querido muchacho. Sigue adelante.