REY BLANCO
Ni el oro es nuestro
ni está en el cielo.
Yo te lo ofrendo
para que veas
al Enemigo
desde la cuna.
Cuánto desvelo
causará al mundo
esta materia.
Cuánta amargura,
guerras sin tregua,
pueblos enteros
en la miseria.
El oro pudre,
porque es la lepra
de los metales
que alcanza al hombre.
Son más felices
los animales
que no padecen
bajo su imperio.
Yo te lo ofrendo,
contigo nace
la sepultura
del metal áureo...
Eres la vida
de lo que dura
y el oro pasa.
REY INDIO
Aldebarán, Aldebarán,
¡qué albur de signos
sobre tu frente!
Traigo la mirra
de mi pasado
como presente:
piedra de fuego
contra los yugos
de sangre y savia;
labia de Arabia
contra la rabia.
Mirra te traigo,
Señor del día...
la quebradiza
lágrima roja,
la transparente
lágrima pétrea
y la desierta
lágrima humana...
¡Qué albur de signos,
Señor, el mío!
REY NEGRO
Y yo, Rey Negro,
traigo la estima
del humo blanco,
que se trastorna
cuando el carrizo
del aire gira;
le nebulosa
de los cometas
y el incensario,
espumedera
de Profesías.
La raza negra
forma la noche
la raza blanca
el medio-día,
forman la tarde
los amarillos
y para todos
nace el Mesías,
ruina de muchos
y alma de toda
contradicción.
Lenguas de lenguas
anda el incienso
y yo, Rey Negro,
traigo su estima:
columnas de humo
de sinagogas
de perla blanca.
(Las Sinagogas
son las garrafas
de Salomón...).
Y dos jirafas,
y dos luceros,
y soldaditos
para que jueguen
como en la guerra,
ruina de muchos,
alma de toda
contradicción.
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